Mundo ficciónIniciar sesiónKiara White es una chica humilde, que trabajaba de camarera en un elegante restaurante de la ciudad de Nueva York. Atenta, carismática y noble, pero con una carga en sus hombros que nadie más que ella conoce y un sueño incumplido que ve fuera de su alcance, pero todo cambiará cuando aparecerá él. El Ceo del Holding Armstrong, un hombre arrogante, egocéntrico y mujeriego que no le importa nada más que su libertad, pero con una cláusula a cuestas que debe acatar para no perder su poder. Sin embargo, las apariencias pueden engañar y sorpresas te puedes llevar. Reagan jura tener un corazón de hielo, pero el alma de Kiara es fuego puro, que derretirá esas paredes de frialdad que construyo por años, pero no todo será fácil, ya que, para vivir un romance perfecto, obstáculos tendrán que afrontar.
Leer másPRÓLOGO
PRISIÓN DE MÁXIMA SEGURIDAD
El sótano oscuro y húmedo de la prisión vibraba con la energía de una brutal competencia. Los gritos de los reos resonaban en la jaula de peleas clandestina, donde el sudor y la sangre se mezclaban en el aire cargado de violencia. Luces parpadeantes apenas iluminaban las caras distorsionadas por la excitación de los espectadores.
En el centro de la jaula, el reo 201 se erguía como una sombra de muerte, un hombre de cabello rubio y ojos grises que destellaban como cuchillas. La furia hervía en su interior, una fuerza imparable que lo impulsaba a moverse con la precisión letal de un depredador. Cuando su oponente lanzó el primer golpe, 201 lo esquivó con agilidad felina y contraatacó sin piedad. Su puño se hundió en el estómago del otro hombre, arrancándole un grito de dolor mientras se doblaba en dos.
―¡Vamos, 201! ¡Acaba con él! ―rugió un reo, sus palabras alimentando la furia en el pecho de Artem Vasiliev.
Los demás prisioneros aullaron en aprobación, sus voces unidas en un canto de violencia. Para Artem, cada golpe no era solo una táctica en la pelea, sino un recordatorio de lo que había perdido, de lo que le habían arrebatado. Atravesó la jaula, tomando a su oponente con una fuerza sobrehumana, lanzándolo contra las barras de metal. El sonido del impacto fue un eco que resonó en su alma, un espejo de su propio deseo de destrucción.
—¡Eso es! ¡Dale más! —vociferó otro reo, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y admiración.
Artem avanzó, su mirada fría y calculadora. No había piedad en sus movimientos, solo una determinación despiadada. Su oponente, tambaleándose, intentó recuperarse, pero Artem ya estaba sobre él, descargando una serie de puñetazos rápidos y precisos. El rostro del hombre se transformó en una máscara de sangre y sufrimiento, hasta que finalmente cayó inmóvil al suelo.
—¡Sí! ¡Acábalo! —los gritos de los reos eran ensordecedores, pero Artem ya no los escuchaba.
En su mente, todo lo que veía era el rostro de su padre, Mijaíl Vasiliev, y el recuerdo imborrable de la última vez que había sentido alguna chispa de felicidad. Fue cuando su esposa, radiante y sonriente, le había dado la noticia que cambiaría su vida.
"Artem, vamos a ser padres."
Su voz había sido suave, llena de una esperanza que Artem apenas podía comprender en ese momento. La sorpresa en sus ojos había dado paso a una felicidad profunda, una felicidad que ahora le parecía una burla cruel. Recordaba el brillo en los ojos de ella, la manera en que su mano se había posado en su vientre, protegiendo la vida que crecía en su interior. Esa misma vida que le fue arrancada de las manos antes de que siquiera pudiera sostener a su hijo.
La furia latente que lo había consumido desde entonces ahora alimentaba cada golpe, cada movimiento. Artem se levantó, su respiración era pesada, pero su mirada permanecía fija en el rostro ensangrentado de su oponente. No había satisfacción en la victoria, solo un vacío, un abismo de ira que nunca se llenaría.
—¡201! ¡201! ¡201! —coreaban los reos, celebrando a su campeón.
Artem no les prestó atención. Su mirada recorrió el sótano, sin encontrar nada que pudiera aplacar la tormenta en su interior. El sonido de los gritos y vítores se desvaneció en un segundo plano, mientras Artem intentaba sofocar el odio que lo carcomía desde dentro. Sabía que ningún número de peleas, ninguna cantidad de sangre derramada, podría devolverle lo que había perdido.
—Buena pelea, 201 —dijo un guardia con una sonrisa burlona, interrumpiendo sus pensamientos.
Artem lo miró con una frialdad que hizo retroceder al guardia por un instante.
—Es hora de irnos —agregó el guardia—. Tienes una visita.
Las cejas de Artem se fruncieron. La sorpresa se mezcló con una desconfianza que se reflejaba en sus ojos grises. No recibía visitas. No había permitido que nadie lo viera en este estado, roto y hambriento de venganza.
—Quien sea, dile que se vaya —gruñó, su voz cargada de amenaza.
El guardia chasqueó la lengua, impaciente.
—No será así esta vez, 201. Este es importante... muy importante desde que le concedieron una visita con total privacidad. Así que vamos, ya casi termina mi turno y quiero ir a casa con mis hijos.
Artem estuvo a punto de negarse, de despedazar al guardia allí mismo. Pero algo en esas últimas palabras, “quiero ir a casa con mis hijos”, lo detuvo. Un eco de lo que alguna vez había sido su propio sueño, ahora hecho añicos. Con un suspiro que parecía venir de lo más profundo de su ser, Artem dio un paso adelante.
—Mi visita tendrá que esperar —dijo mientras caminaba—. Primero quiero quitarme toda esta sangre.
El guardia asintió, agradecido de que Artem no causara problemas. Mientras se dirigían hacia los oscuros pasillos de la prisión, la mente de Artem no dejaba de girar en torno a la idea de quién podría ser esa visita tan “importante”. Pero por ahora, su prioridad era limpiar la sangre de su cuerpo, aunque sabía que ninguna cantidad de agua podría borrar la mancha de la venganza que había anidado en su corazón.
Una hora después, Artem entró en la oficina del director de la cárcel, sus pasos resonando en el vasto silencio del lugar. La puerta se abrió lentamente, revelando a un hombre de cabello gris que se puso de pie con la ayuda de un bastón, el león forjado en oro brillando en la parte superior.
—Vaya, te has tomado tu tiempo, Artem —dijo el hombre, su tono sarcástico, con una sonrisa torcida en su rostro.
Artem no respondió. Se acercó lentamente, su mirada fija y peligrosa. Sus ojos grises, fríos como el acero, escudriñaron al hombre frente a él.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, su voz dura como una sentencia de muerte.
El hombre se inclinó hacia adelante, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y súplica.
—He venido a hacerte una propuesta. Y espero que la aceptes.
El silencio que siguió era casi tangible, la tensión en la habitación era como una cuerda a punto de romperse. Artem resopló con amargura, una risa seca y sin humor escapó de sus labios.
—¿Qué te hace pensar que voy a aceptar?
El hombre se acercó un poco más, su voz bajando hasta un susurro cargado de promesas.
—Porque ella será tu boleto de salida de esta prisión, Artem. Pero no solo eso... también será el pasaje directo a tu venganza.
Muchas gracias a todas las personitas que estuvieron desde el comienzo y a los que se sumaron en el camino. Estoy eternamente agradecida con cada una de ustedes que se dieron el tiempo de leer esta historia que es tan especial para mi. Gracias por la paciencia que tuvieron y por el amor que le dieron a esta historia. Es un poco larga, pero autoconclusiva con un final que a mi en lo personal me gusto mucho. Les mando un abrazo grande y nos leemos quizás en otra historia. Quizas en la historia de Julián y Raven, pero esa sera mucho mas corta. Con Amor, se despide Elika Larrea.
“LA FAMILIA ES COMO UN LIENZO LLENO DE MATICES, ALGUNOS DE COLORES BRILLANTES, Y OTROS DE MANCHAS OPACAS, PERO SIEMPRE ES UN ARTE IMPERFECTO Y MÁGICO QUE ADMIRAR"TRES AÑOS DESPÚESREAGAN—¡Joder! —vocifero por toda la casa—¡Vamos a llegar tarde! ¡Apúrense!Me masajeo la sien en medio de la sala de estar, lidiando con las dos pesadillas de tres años que no me dejan tranquilo.Rain, la niña de cabello azabache, con cerquillo y ojos azules como el cielo no deja de tironear mi pantalón tirada en el suelo. Mientras sostengo en mis brazos a Rose, que es idéntica a su gemela, llorando porque quiere ver a su mamá.Ambas me revientan el tímpano con sus escándalos.—¡Quielo a mi mamá! ¿Polque no está con nosotlos? —pregunta Rose entre sollozos, que le enrojecen las mejillas.Le limpio la cara y suspiro para responderle, pero me distraigo cuando aparece Kelly desde el pasillo que viene con mi otro hijo, Kaiden, tomados de la mano.No puedo evitar sonreír.Kelly por fin se curó, está libre de su
KIARAReagan va manejando un poco silencioso. Siento que medita cada acción que tengo para con él, pero no interrumpo sus pensamientos. Se lo que soy y se lo que es él. Lo amo y eso no va a cambiar. Pongo la radio y Lana del Rey vuelve a sonar.—Eres adicta a esa cantante.—La amo —confieso—. Es que su voz es de otro planeta.—¿Me tengo que poner celoso?Me rio y me acerco a dejarle un beso en la mejilla, cuando se estaciona en un semáforo que ha dado rojo. La lluvia sigue golpeando el cristal.—No, porque tú eres la única persona que quiero tener en mi vida. Te amo Reagan y siempre lo voy a ser. Eres mi primer y único amor.Sonríe de medio lado y toma mi mano para dejar un suave beso en mi dorso. Luego llegamos al centro oncológico. Me bajo y corremos a la entrada para no mojarnos, pero un segundo después Reagan tira de mí, que termino chocando en su pecho firme.—¿Qué haces Reagan?Me gira sobre mi eje dándome una vuelta, mientras que la lluvia helada me moja la cara. Él toma mi c
KIARAAun no lo asimilo.¿Multimillonaria yo? Es como si me hubiera sacado la lotería, pero con ese sabor amargo en la lengua. No se siente bien ser dueña de todo, bueno si es que paso aquella prueba. Estoy como en una especie de trance pensando y mirando a la vez, la lluvia que cae y golpea el cristal del ventanal. El cielo gris me da escalofríos en todo mi cuerpo y me abrazo a mí misma buscando calor, sin contar que mi mente no puede dejar se pensar en que el abuelo de Reagan desheredo a medio mundo. Fue como si todo su esfuerzo quisiera tirarlo por la borda.No le importo perder nada. Tan solo lo hizo con un solo fin y es que cada uno busque su propio futuro y trabaje por ello. No le veo otra explicación a donar todo su dinero y sus bienes a una extraña o a una fundación.Y ahora entiendo porque Renata insistía tanto en que Maite, fuera su esposa, si siempre detrás hubo un plan para quedarse con toda la herencia. Maite era manipulable y más fácil de quitarle toda una vez que se c
KIARAEl abogado Harris Hamilton me guía a otra sala, que está en el mismo piso y en el mismo edificio.Entramos a un despacho muy bonito, lleno de antigüedades que me recuerdan como a una casa de un abuelito que colecciona momentos. Hay muebles de roble que brillan y una amplia biblioteca que ocupa toda la pared. La alfombra persa roja ocupa toda la mini sala que hay en un costado y en la cual me lleva para sentarnos en los sillones de cuero blanco.Un tocadiscos hay en un rincón y lámparas de pie que le dan un aire sofisticado con las pantallas artesanales. El abogado me ofrece tomar un café, pero niego ya que con el agua que tome, me van a dar ganas de orinar.Un hombre de gafas y de avanzada edad llega a la sala cargando un maletín negro.El señor Harris me presenta, ya que él es el examinador que tomara la prueba del polígrafo, la cual consiste en un tipo de medición utilizado para el registro de respuestas fisiológicas, registra la variación de la presión arterial, el ritmo car
KIARALlego con la hora justa a la oficina del abogado del señor Royer sosteniendo la carpeta con todos los documentos necesarios. Las puertas dobles de vidrio en el cual tiene el logo de su nombre me reciben. Es un estudio bastante grande, elegante y sofisticado. Camino por el pasillo de mármol y hay dos señoritas de traje negro que están detrás de un mesón de madera de nogal, que parece casi de chocolate. Me dirijo a la de cabello cobrizo, ya que la rubia se ve que esta más ajetreada con el teléfono que tiene en su oreja atendiendo quizás algún cliente malhumorado. —Buenas días ¿En qué puedo ayudarla? —pregunta amable.Me aclaro la garganta para contestarle.—Buenas días. Tengo una cita a las 10:00 de la mañana con el abogado Hamilton. Ella revisa el computador, teclea y verifica las horas en una agenda.—¿Usted es la señora Armstrong?—Si, soy yo. —Espéreme un momento. Hare una llamada para avisar de que usted esta aquí.Asiento, mientras me entretengo mirando los cuadros que
Último capítulo