54. La caza en la luna llena.
El aire está cargado de electricidad, de algo primitivo, algo que me llama desde adentro de la piel, de los huesos. La luna llena brilla sobre nosotros como un ojo despiadado, vigilando todo desde el cielo sin nubes.
Siento el cambio acercándose, arrastrándose bajo mi piel. La bestia dentro de mí se agita, ansiosa, voraz. La transformación es inevitable.
Mi respiración es pesada, irregular. Estoy de rodillas sobre la tierra húmeda, mi pecho subiendo y bajando con fuerza, mis músculos tensos después de la pelea con Rain. La sangre seca en mi rostro huele a hierro y sudor.
Pero no tengo tiempo para el dolor.
Porque Rita sigue ahí.
Ella no corrió.
Está a unos metros, atrapada entre los lobos que me miran con una mezcla de miedo y desprecio. Esperan que me rinda. Esperan que deje de pelear.
Pero esta es la luna llena.
Y eso significa que ninguno de nosotros tiene control.
La transformación comienza con un ardor en la columna, un fuego líquido que serpentea por mi espina dorsal. Cada vérte