Capítulo Veintiséis

– ¿Cómo te fue ayer con Joseph?

– Bien… – Me limité a decir, pero para ser sincera fue más que eso, había sido magnífico.

Me estremecí al recordar como nuestros ojos se cruzaron cuando entró por la puerta.

Yo lo esperaba sentada en uno de los sillones de la inmensa sala de mi departamento.

Con las piernas cruzadas, dejando al descubierto el liguero bajo mi vestido negro, corto, con amplio escote en el pecho y la espalda, era como llevar nada puesto, pero las reglas sociales dictan que no debes presentarte ante un extraño completamente desnuda.

O al menos de primera vista. Porque sabía muy bien que minutos después yacería entre sus brazos de esa manera. La sola idea hizo que mi ropa interior se empapara.

– Joseph… – dije con un tono de poco interés, pero mis ojos le inspeccionaron de arriba abajo. Llevaba un traje gris pulcro, hecho a la medida, con finas telas, el cabello cuidadosamente arreglado.

Sus ojos me llamaron, me invitaban al pecado
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