Fabrizio
No puedo recordar cuántos días o noches han pasado desde que caí en este pueblo hechizado. La línea entre realidad y sueño se ha desdibujado tanto que apenas puedo confiar en mi propia percepción. Siempre la misma imagen: Margarita. O lo que parece ser ella. Me acerco, la toco, intento hablarle… y todo se desvanece en una bruma insoportable. Luego despierto, el sol colándose débilmente entre las ventanas sucias, el mismo pueblo polvoriento, el mismo día repitiéndose. Un infierno diseñado a mi medida.
Pero la última vez, algo fue diferente. Ella pareció darse cuenta de que algo raro pasaba y pidió mi ayuda y escuché esa voz. No me sentí solo, aun cuando el dolor y la angustia me pesaban en mi pecho, fue como si algo dispersara la bruma. Me dijo que estaba cerca, y yo me iba a agarrar de eso con manos, pies y dientes. En cuanto me levanté escuché un aullido y supe que mi amigo fantasma lo había sentido también. Me coloqué una camisa que tenía manchas de vino del otro día y salí.