Alaric
—¡Ataquen! —gritó Rachel a nuestros guerreros, pero las balas, las flechas y las lanzas se deshacían como si fueran de aire una vez tocaban la barrera.
—Esto es imposible —gruñó Amelia. No podía dejar de pensar que, cada momento que mi cielo estaba ahí, corría peligro. Me sentí un fracaso. Yo no podía ayudarla. Intenté utilizar el poder de la tierra, pero parecía que, más allá, mi poder no existía.
—¡Hay movimiento adentro! —indicó Rachel. Eran los vampiros mercenarios dirigidos por Humberto y, más allá, los lobos, rogues y otras manadas. Eran cientos, rodeando la gran casa, eran demasiados.
—¡Atentos, preparen sus protecciones! —ordené e invoqué hasta lo más sagrado. Vi que Humberto sonreía. Se dispararon flechas y el aire se cargó de wolfsbane.
—¡Cuidado! —grité. El aluvión del ataque se nos vino encima. Escuché a mis guerreras caer heridas.
—¡No puede ser! No podemos atacarlos, pero ellos sí pueden... —Los vampiros se sacaban las estacas y las balas de plata. Rachel llamaba