—Veo que te gusta —comentó él—. Tienes el rostro como un angelito, pero en realidad eres el mismo diablo. Aparte de obscena, pervertida y astuta.
—Y te gusta —le apretó el glande, y él jadeó—. De todos modos, soy algo que no puedes tener. Estoy a tu alcance, pero no soy tuya —empezó a subir y bajar