Con una cuchara colgando, Jean-Paul tenía el pulgar en la barbilla y observaba incansablemente a su hija.
– Háblame, querida. Cuéntame cómo te ayudó tu madre.
– Fue cuando estaba durmiendo en mi habitación hoy después de tragarme unas pastillas. Yo estaba durmiendo cuando ella vino a hablarme en mi sueño. Ella me habló durante un buen rato y fue entonces cuando me despertó. Luego te instó a que salieras de la casa para que yo tuviera paz y tranquilidad para cumplir sus órdenes. Fue ella quien me pidió que sacara esa calabaza de la cama y eso lo reveló todo.
«Dios mío», gritó el padre.
- Sí ! Mi madre nunca me abandonó. Ella siempre me apoyó en esta casa incluso cuando todos me odiaban.
Jean-Paul, con el dorso de su mano derecha, se secaba constantemente las lágrimas. Estas lágrimas fluían de él sin voluntad.
– ¡Perdóname, hija mía! Perdóname por todo lo que te hice pasar.
-¡No tienes nada de qué quejarte, papá! Ya te he perdonado, pero necesito tiempo para borrar de mi mente las imáge