Al llegar a casa, Jean-Paul se enfadó mucho y tras aparcar el coche en el patio, salió y corrió hasta el umbral de la sala de estar y empezó a gritar:
–¡Dora! Dora ¿dónde está? ¡Dora! ¿Dora no está allí?
Impaciente, subió las escaleras y en los pasillos se cruzó con el preocupado hombre en cuestión.
-¡Vamos, baja rápido! Te unirás a tu pobre familia materna. Además mi casa no es un orfanato ni un vertedero para acoger a niños que no son míos.
Jean-Paul articuló las expresiones tal como le vinieron a la cabeza. La mujer preocupada, deprimida y abatida, dobló sus rodillas en el suelo.
– Por favor, papá, ten piedad.
- Nunca ! ¿Qué lástima? Además, si alguna vez te atreves a llamarme "papá" otra vez, ¡te daré una paliza! ¡Tienes que seguir a tu maldita madre! ¿Está claro?
Abilawa apareció inmediatamente en el recinto.
– Papá, ¿qué hizo Dora?
- Ella tiene que irse de esta casa. Y tú, ¿me oyes? ¿O quieres que te tire por la ventana?
– Tcho, ¿qué hice, papá? Teodora preguntó en pánico.
– Dor