21. Tiempos de cólera

Bella

Era pasada la media noche y ninguno de los que estábamos en aquel salón habíamos podido conciliar el sueño.

Guadalupe, aún sin creer que volvía a tener el bello rostro de su hijo a un palmo de su cara, lo estrechó contra su peso. Hace un rato había dejado de sollozar, pero allí estaba de nuevo, el rastro de unas nuevas lágrimas que solo surgían desde un amor infinito. Al principio, al saberle tan maltratado, se había negado a tocarle; no podía creer que su único hijo había regresado en aquel estado.

Fue inevitable no estremecerme. Aquella era la imagen de una verdadera madre, una que a mí me hubiese gustado tener. Una que no era cobarde y dejaba a sus hijos por acompañar en su muerte al hombre que tanto daño nos había causado.

—Sebastian…. Mi niño.

Aquel acogedor abrazo consiguió estremecer a su hijo. Por un segundo, me pareció ver a un niño pequeño aferrarse al calor de su madre.

La escena fue tan conmovedora que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas no derrama
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