La otra cara de la luna
La otra cara de la luna
Por: Ana Ley
INTRODUCCIÓN

La otra cara de la Luna

Prefacio

Las hojas del bosque crujían bajo sus patas; el sabor metálico de la sangre inundaba sus sentidos mientras caminaba desorientado por aquel territorio desconocido para él, si bien no era la primera vez que se alejaba de su manada, jamás había llegado tan lejos. No sabía cuál era el motivo, pero se sentía verdaderamente atraído hacia ese territorio de lobos, lo sabía por el olor que llenaba el ambiente.

Sus patas lo llevaron automáticamente por la vereda que se adentraba hacia la manada que, por alguna razón, le parecía bastante familiar. Una especie de recuerdo le asaltó la mente, haciéndolo retroceder con horror: una familia a la mesa, gritos, un sentimiento de odio proveniente de él, una mujer…

Su mujer…

Esa m*****a pesadilla que se había repetido en su mente por los últimos años, no sabía cuántos, ya había perdido la cuenta, y no era que le importara en realidad… últimamente ya nada lo hacía.

Si pudiera terminar con su existencia, hace mucho tiempo lo hubiese hecho. Lo había intentado en numerosas ocasiones, sin embargo, había una fuerza mayor que le impedía terminar con su tarea, algo más fuerte que él, un propósito… un destino.

Llegó sin ser consciente a la orilla de una laguna; limpió sus patas y su hocico, bebió agua y, a pesar del frío clima que comenzaba a sentirse conforme caía la tarde, se permitió refrescarse un poco.

Ya había estado ahí, podía sentirlo en cada fibra de su cuerpo, mas no sabía cuándo, ni por qué.

Caminó durante horas en lo que observó la caída del sol, rodeo la laguna hasta que llegó a la parte más densa de aquel bosque donde se refugió entre dos árboles que se entretejían y lo mantenían oculto del exterior.

El lobo se permitió descansar unos minutos en los que reflexionó sobre su vida, o, su existencia, pues aquello había dejado de ser vida desde hacía mucho tiempo. Tenía familia, supuso, aunque no lo recordaba; pero estaba seguro de que no había simplemente brotado de la tierra como una planta.

¿Alguien lo extrañaría? ¿Alguien lo recordaría siquiera? ¿Qué haría si pudiera volver a ser hombre…? Ni siquiera recordaba cómo se articulaban las palabras.

¿Podría volver a interactuar con las personas…?

Se levantó después de haber descansado lo suficiente y decidió continuar con su camino, cualquiera que ese fuera. Avanzó metros y más metros de espeso bosque, hasta que escuchó las voces a lo lejos. Sus sentidos se habían agudizado cada vez más con los años, mientras más tiempo pasaba como lobo, más rápido dejaba de ser un hombre.

La curiosidad lo invitó a acercarse a esas voces que cada vez se escuchaban más cercanas. Recorrió el extremo de la laguna hasta que pudo ver a las personas reunidas al calor de una fogata.

¿Él alguna vez hizo tal cosa? ¿Tuvo amigos con quien pasar el rato?

No recordaba haber reído como lo hacían ellos, mientras uno de los presentes contaba anécdotas graciosas que apenas lograba comprender.

De pronto, un olor diferente inundó sus fosas nasales; era lo más agradable que había percibido en su vida. No solo era un olor, era una sensación, un sentimiento extraño y poderoso que le hacía latir el corazón de manera frenética. Pensó que moriría en ese instante al reconocer a la causante de su malestar.

La mujer más hermosa que jamás había visto, incluso más que… ella.

Se congeló en su lugar, no podía moverse o respirar correctamente; solo podía recordar una sola vez en la que se había sentido de manera parecida, aunque, no recordaba que hubiese sido tan intenso como lo que sentía justo en ese momento.

La voz de esa mujer… era lo más sensual y perfecto que había escuchado, su dulzura y seguridad a la vez, su cadencia, su soltura…

La admiró durante largo rato, sin poder apartar la vista de esos labios carnosos que se le antojaban tan suaves. La hizo suya en la imaginación y, por un momento, deseo poder ser un hombre de nuevo, solo para tener a oportunidad de acercarse a la dueña de esa exquisita fragancia que gobernaba todos y cada uno de sus sentidos.

De pronto, un sentimiento egoísta como nunca había experimentado se apoderó de él, al ver la manera en que aquel hombre recién llegado rodeaba a la mujer por la cintura y la atraía hacia él. Quiso romper algo en ese momento, la cabeza de ese sujeto parecía ser un buen comienzo.

No pudo frenar a los instintos que lo hicieron caminar en dirección al grupo, se mantuvo sigiloso valiéndose de los árboles que lo rodeaban para no ser descubierto. Era un lobo salvaje, no razonaba de la misma manera en que lo hacía cuando era un hombre, sin embargo, reconocía que no saldría bien librado si se enfrentaba a toda una manada de su misma especie en un territorio ajeno al suyo.

Trató de guardar la compostura, intentó huir de la escena y regresar por donde había llegado, pero, los labios de la mujer se impactaron con los del hombre y ese fue su límite.

Caminó desafiante hacia las personas que, uno a uno, se fueron percatando de su presencia, desatando el pánico en los más vulnerables: las tres mujeres, además de la que se robaba toda su atención, se pusieron de pie y fueron resguardadas por los hombres que las protegían, como si corriesen algún peligro. Y no lo hacían en verdad, pues él solo tenía ojos para la rubia que lo observaba con temor y curiosidad a la vez. «Azules» se respondió a una pregunta nunca hecha, al ver la mirada clara de ella que se clavaba fieramente en la suya.

No resistió más, y se lanzó sobre aquel cuerpo voluptuoso y perfecto que cayó al suelo por inercia. Se mantuvo así, quieto, ansioso sin saber por qué. Gruñó en advertencia al sentir cómo se acercaba una de las mujeres al ataque y, sin pensarlo, la aventó por los aires cuando trató de separarlo de su objetivo…

Así lo había decidido… ella era su objetivo en ese momento.

La joven permaneció a la expectativa de sus intenciones hasta que, por acto reflejo, se acercó a su cuello, dejando a la vista los colmillos que, sin notarlo, ya sobresalían de su boca. En ese momento se desató el caos a su alrededor, pues ella cedió ante el temor que aquel lobo le provocó con su atrevimiento, y su grito lo sacó de ese estado salvaje en el que se había sumido desde hacía más años de los que podía recordar.

Todo tuvo sentido a partir de ahí; fue como si hubiera despertado de un largo sueño. Todos sus recuerdos se agolpaban como una estampida en su mente queriendo reproducir los acontecimientos que lo llevaron hasta ese punto en su vida.

Lo sabía ahora, ese era el motivo por el cuál se encontraba en esa manada, tan lejana a la suya, pero tan familiar para él que, de solo pensarlo, se le revolvía el estómago con los recuerdos que asaltaban su mente confundida.

No era una pesadilla, nunca lo fue… era un recuerdo de lo que había sucedido ahí mismo hacía por lo menos diez años. Lo supo, al reconocer a uno de los hombres que estuvo presentes aquella noche que había marcado su destino hasta la fecha.

 Hasta esa noche en la que esa mujer desconocida lo había regresado a la realidad, había abierto las puertas de su mente, le había regresado la esperanza que necesitaba para poder retomar su vida y, siendo un poco más ambicioso, le había devuelto la posibilidad de volver a ser feliz.

Ella era suya, era su compañera. La segunda oportunidad que, sin saber por qué, la diosa le había otorgado después de haberlo castigado por aquel terrible error que cometió una década atrás.

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