La blusa que Lis llevaba terminó en el suelo y ella se tapó con las manos. El Tarkut le jaló los pantalones.
—¡Espera, Desz!... ¿Y si esa criatura está viéndonos?
Él sonrió ladinamente, acomodándose entre sus piernas.
—Entonces, esperemos que sus celos lo hagan revelar su presencia. Si de verdad le importas, que se muestre e impida que seas mía.
Lis sonrió también. Entre los brazos de Desz, poco importaba quién la persiguiera, ella se sentía segura.
—¡¿Me has escuchado, engendro?! —vociferó Desz, dirigiéndose a la biblioteca entera—. ¡Esta humana es mía, búscate la tuya porque no pienso dejarla ir!
Ya no había miedo en el rostro de Lis, sólo diversión. Y miraba a Desz con un amor infinito, capaz de fundirle el corazón.
—¡Además, es apestosa! —agregó él.
Hasta ahí llegó el amor infinito, Lis frunció el ceño.
—Siempre terminas arruinándolo todo —reclamó ella.
—Eres mi apestosa, de nadie más —volvió a besarla—. Sólo mía, Lis. Ni el viento osará tocarte.
Ella deseaba decir los mim