Reino de Galaea, frontera con Balai
Lenta era la marcha en las fangosas tierras de la ciénaga, que se extendía por el reino como las sombras al atardecer. En la monotonía de los árboles oscuros y ausentes, no parecían avanzar. Furr no se sorprendería si, al alcanzar por fin la salida, se hallaran frente al estrecho con los guardias balaítas congelados que habían dejado atrás hacía tanto.
Sólo sus voces se oían entre la bruma, que llenaba el aire de espesa humedad. Así fue por largo rato, no veían el cielo, no pasaba el tiempo.
—Una vez me perdí en el bosque de las sombras —contó Furr—. Fue cuando llegó hasta Nuante. Avanzaba, pero no me movía de mi lugar. Luego me di cuenta de que sí lo hacía, pero el bosque se movía conmigo. Todavía estaría allí si Desz no me hubiera sacado.
—Yo nunca he ido al bosque —contó Mel—. Las historias y canciones que hablan sobre él fueron suficiente advertencia.
—Igual yo, pero creo entender a dónde Furr quiere llegar —dijo Liam—. Este lugar es como el b