CAPÍTULO 3

La puerta se cierra detrás de mí y el guardia gira una palanca que parece bastante fuerte. El silencio se hace presente en el lugar, agudizando mi agonía y desesperación. La habitación solo tiene iluminación y una colchoneta, parece más un cuarto psiquiátrico que una celda.

Sin tener otra elección, me acuesto sobre el colchón y miro el techo blanco y pulcro, luego las esposas en mis manos y pies. Me pregunto cómo llegué rápido a un estado tan lamentable. Estoy decepcionada de mí misma.

De repente escucho un ruido proveniente de la entrada, han dejado una bandeja con comida. Supongo que la han deslizado por la abertura que hay debajo de la puerta. Es un pequeño vaso de agua con una banana. Me acerco a la bandeja, pero los ruidos en el pasillo captan mi atención y en ese momento me acuesto en el suelo para poder mirar por la abertura, lo que veo me deja atónita: hay dos hombres peleando en el pasillo y los guardias tratan de separarlos sin éxito, ya que ambos parecen ser muy fuertes, no son normales. Uno tiene los ojos completamente negros y hace una especie de movimientos con las manos, los cuales provocan que las personas se eleven y caigan lejos de su cuerpo; también crea bolas de fuego y viento. El otro hombre se transforma en un hombre-lobo, como esos que aparecen en las películas de fantasía. Este se abalanza presto y violentamente sobre el que parece ser un brujo, clavando los filosos colmillos en su cuello, pero el otro responde con una bola de fuego incandescente. Ambos trastabillan y pierden el control, así que aparecen más guardias y con destreza les inyectan una especie de calmante que enseguida los hace perder el conocimiento.

«Electra...». Otra vez esa voz. No sé si responder y entregarme a la locura, pero me estoy sintiendo tentada al hecho.

Alejo mi cuerpo de la puerta y me hago un ovillo en el suelo, a punto de derramar lágrimas y gritar de impotencia. No sé dónde estoy, este es un lugar para dementes...

«Electra, escúchame...», la voz de aquel hombre me despierta de mi ensoñación. Busco algún cuerpo, algo que me diga que en realidad existe y que vendrá por mí y me ayudará. Que me salvará. Sin embargo, me derrumbo al seguir viendo el helado cuarto solitario en el que me encuentro desde hace varias horas. Fijo mi atención en la puerta que ha sido abierta por un guardia. Me guía del hombro, recorremos el largo pasillo hasta llegar a un comedor, el lugar es simple y no hay decoraciones de ningún tipo. Tomo asiento en una de tantas mesas, al igual que lo hacen los demás reclusos. Noto que hay más hombres que mujeres, y las pocas que hay, tenemos sobre nosotras todas sus miradas. Llama mi atención la forma en que me observa un hombre blanco, de cabello rubio y ojos azules. Sus manos y cuello tienen tatuajes, lo que le da un aspecto llamativo y rebelde. De repente sonríe y se levanta de su silla para acercarse, sin apartar su mirada de la mía.

—Una hermosa rosa venenosa y llena de espinas... —susurra al tomar asiento.

No me inmuto ante sus incoherencias y clavo los ojos en en plato de ensalada de habichuelas que reposa sobre la mesa. No se me antoja ni un poco, en realidad solo quiero fumar un cigarrillo.

Suspiro cansada cuando posa una de sus manos cerca la mía y me alejo de él frunciendo el entrecejo.

—¿Cuál es tu problema?, ¿quieres molestarme? —cuestiono airada y casi lo fulmino con la mirada.

—Dicen que tu sangre es muy peligrosa, ¿es eso cierto? —Se acomoda el cabello con gracia y coquetería, posa sus ojos de color océano sobre los míos.

—¿Por qué lo dices? —Muestro sorpresa.

No entiendo por qué dice eso. La sangre de ninguna persona puede ser peligrosa, al contrario, significa vida.

—Hace años que no llegaba nadie nuevo a esta cárcel, eres el tema candente. Asesinaste al hijo del alcalde Popescu, un brujo de alto rango. —Sus ojos brillan al decir cada frase.

—Ya estoy demente, estoy imaginado cosas y tú solo eres producto de mi imaginación. Permiso... —Me levanto y trato de caminar hacia la salida, pero el apuesto hombre me impide el paso, riendo con sorna.

—Esta es la realidad, lo que ves existe y estás aquí por ser diferente a los humanos, ¿no lo entiendes todavía? —Niega con la cabeza y luego me mira fijamente—. Aquí encierran a los seres que parecemos humanos a simple vista. En realidad somos seres sobrenaturales que se han revelado o han hecho algo en contra de la élite.

Frunzo el ceño y me acerco a él, con cautela.

—Pero yo no pertenezco a ninguno de esos grupos... —susurro, un poco meditabunda.

—Claro que perteneces, pero eres un arma muy peligrosa. No dejes que te utilicen, porque eso es lo que quieren hacer contigo...

—¡Sentados!

Un guardia nos reprende y ambos tomamos asiento de inmediato, enseguida empezamos a comer sin rechistar.

Me humedezco los labios, sopesando lo que preguntaré a continuación:

—¿Quiénes conforman la élite?

Mira hacia ambos lados antes de responder entre murmullos:

—Son los brujos de fuego... Quieren apoderarse de todo, regir solo ellos y esclavizar a los humanos. Quieren desaparecer a otros como tú y yo...

Intento digerir toda la información, pero son demasiadas cosas para mi mente embotada.

—¿Y... qué eres tú? —Observo su rostro con atención y él muestra una amplia sonrisa.

—En mis tiempos fui el alfa de mi manada, ahora solo soy un recluso más —responde con un tono de añoranza.

—Eso quiere decir que... —Espero que me diga lo que es, aun no sé a qué se refiere con manada.

—Soy un hombre lobo.

Me sonríe con agrado y yo muestro sorpresa, ¿será verdad lo que me dice? Aún después de haber visto aquella pelea tengo suspicacias. Levanto la cabeza y veo que los reclusos y reclusas nos observan con atención, no quitan la mirada de nuestra dirección.

—¿Por qué nos ven así?

De nuevo bajo la cabeza y acaricio mis nudillos, no me siento cómoda estando rodeada de tantas personas, me produce ansiedad.

—No lo sé. Quizá porque ambos somos extraños —ríe.

—Pero si aquí todos somos extraños. —Rasco mi barbilla, algo incómoda.

—No hablo con nadie, excepto que se trate de ti. —Frunzo el ceño—. Bueno, falta poco para que nos encierren otra vez. Fue agradable verte de nuevo, Opal. Si necesitas algo no dudes en hablarme cuando tengamos receso.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunto.

Me mira de una forma que no puedo comprender.

—Gabriel...

Como el ángel.

Los guardias se dirigen hacia cada uno de nosotros y nos guían por el pasillo. Gabriel entra a una habitación y yo en la que está al frente de la suya, pero él no se da cuenta. Horas después y luego de un silencio sepulcral, escucho pasos acercarse y me alejo de la puerta. Segundos más tarde la palanca gira y aparece uno de los guardias, quien me toma del brazo violentamente y provocándome dolor.

—¿A dónde vamos? —Me muevo para que me suelte, pero aprieta más fuerte mi hombro.

—Silencio...

Llegamos a una gran puerta y una mujer vestida de enfermera nos recibe. Al final de la estancia, hay un médico leyendo unos papeles y está sentado sobre un sofá, despreocupadamente. Al verme su expresión cambia a una de interés y se acerca a mí, suelta mis cadenas de manos y pies y me guía en silencio hacia la delgada camilla.

—Al fin conozco a nuestra salvación. —Me da un beso en la mejilla y detalla de arriba a abajo—. Que bien que mataste al tal Alek Popescu, era insoportable ese bastardo...

Las personas presentes se burlan y yo frunzo el ceño, sin añadir nada a la extraña conversación. El médico revisa mis ojos con la luz de una pequeña lámpara y luego la enfermera se acerca con una bandeja metálica, sobre ella hay una bolsa vacía de transfusión sanguínea y diferentes tipos de inyecciones. El hombre asiente y ella deja todo a mi lado. Conecta la bolsa a la delgada sonda que tiene una filosa aguja al final, la introduce en una vena de mi mano izquierda y la sangre espesa y oscura empieza a correr hasta caer gota a gota dentro de la bolsa.

Levanto la vista, analizando las extrañas expresiones del médico y sus ojos brillar al ver mi sangre llenar la bolsa cada vez más. ¿Para qué querrán mi sangre?, me pregunto si será cierto lo que dijo Gabriel.

De repente siento muchas ganas de vomitar y cubro mi boca para aguantar un poco más. Cuando la bolsa ha sido llena, corro hacia el pequeño baño y descargo el malestar por completo. Una nueva arcada viene y observo a todos verme vomitar, por lo que cierro la puerta con fuerza y después me sostengo para respirar calmadamente.

Oigo murmullos afuera, así que mantengo llave de agua abierta y sigo haciendo ruido. Recuesto mi oreja a la puerta, escucho claramente la conversación.

—...Luego deshazte de la chica... —La voz del médico es profunda, así que supongo que es él.

—De todas formas ya no la necesitamos, tenemos su sangre. —La voz de la enfermera se escucha traviesa y risueña.

Mi sangre... Niego con la cabeza y las lágrimas empiezan a resbalar por mis mejillas, unas tras otras, tibias y dolorosas. Cierro la llave y me enjuago la boca para después salir, decidida a terminar con mi pesadilla hoy mismo. Prefiero acabar con mi propia vida antes que un par de enfermos me hagan morir de una manera terrible.

—Al fin sales, estábamos habl... —Un ruido estruendoso interrumpe a el hombre y el lugar parece sacudirse un poco.

Todos salen corriendo hacia la salida, con la mirada fija en el techo y en sus teléfonos. No me molesto en saber lo que ocurre. Tomo las finas tijeras que se encuentran sobre la bandeja plateada y tomo la muestra de sangre.  Camino hacia el baño, pero antes de cerrar la puerta sigilosamente, la enfermera viene caminando hacia mí. Cierro la puerta con seguro antes que me alcance y exhalo con dificultad, la sangre bombea fuerte en mis venas y siento aquel palpitar en mi cuello. Desecho el líquido en el lavamanos con prisa y lanzo la bolsa vacía hacia cualquier parte. Ya no hay vuelta atrás, ya he decidido acabar con este maldito sufrimiento. Observo mi reflejo en el espejo, con dolor, angustia y con una sonrisa leve, pero de alivio. De un corte limpio hago una zanja en mi muñeca izquierda y luego en la derecha, el dolor y ardor no se compara al que siento en mi alma. Los segundos pasan y siento que son horas, mi mente y vista se nublan, mis piernas empiezan a flaquear. Miro al suelo y el charco de sangre crece cada vez más, es como el color de las rojas y hermosas rosas. Vuelvo mi vista hacia el espejo y lloro sin consuelo, me ahogo en mi llanto hasta tener hipo y toso buscando oxígeno, aquel que empieza a faltarme y al que quiero aferrarme con necesidad ahora que me estoy arrepintiendo por lo que hice.

"Perdóname mamá , perdóname papá... Dios, perdón...", susurro desconsolada.

La puerta es derribada y no alcanzo a ver quién lo ha hecho, puesto que mi cuerpo no responde más y caigo hasta dejar de ver los azulejos. Pero siento que soy atrapada en la caída, por unos brazos que parecen ser tan cómodos y reconfortantes como una almohada de plumas. Por más que intento reaccionar, no puedo. Creo que estoy en el más allá que aquí, junto a la persona que me sostiene en su regazo y que hace presión sobre mis heridas.

—Electra, mi cielo, responde... Te acabo de encontrar y no puedes dejarme de nuevo, por favor... ¡Maldición Velkan, no responde!

Su voz es cada vez más lejana y lastimera, pero no puedo hacer nada, solo dejo que la oscuridad me abrace e invada con su frío, paz y silencio mortal...

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