Vicenzo había sido derrotado y Xavier se había quedado con el poder, o eso creía.
En su despacho, contemplaba la posibilidad de regresar a la ciudad donde estaban todos sus bares y retomar el control.
Al día siguiente compartiría con sus hijos una última jornada antes de verlos partir. Le dolía profundamente, pero tras la pérdida de su pequeño, entendía que era lo mejor.
No insistiría más con Elizabeth.
Se sirvió una copa, llenándola hasta el borde, sacó los documentos preparados para ella y los niños, y con lágrimas en los ojos los dejó sobre la mesa. Respiró hondo y se puso de pie.
Pero la puerta se abrió de golpe. Era Dante.
—¡Señor! Nos están atacando.
Xavier palideció al escuchar esas palabras. No estaba preparado para un enfrentamiento, y mucho menos después de la última emboscada que casi lo destruye.
—¡Mierda! ¿Y ahora quién demonios?
—El malnacido de Marcos y sus hombres.
Xavier abrió una puerta oculta en su despacho y se armó hasta los dientes. Dante lo imitó sin vacilar. S