Elizabeth sentía su pecho arder tras el episodio de vómito y, en un arrebato de frustración, gritó:
—¡Déjenme en paz!
Denis, con compasión, se acercó sosteniendo una pijama limpia en las manos.
—Señorita Elizabeth, por favor, debe limpiarse. Está cubierta de vómito y sudor; es parte del proceso de recuperación.
—¡No quiero nada! —replicó Elizabeth, manteniéndose firme en su negativa.
—Por favor, necesitamos cambiar las sábanas; puede propagar gérmenes y bacterias, además huele fatal —insistió Denis, intentando ayudarla a levantarse. Pero Elizabeth, en un acto de rebeldía, se quitó las sábanas sucias de encima y trató de bajar del lecho, solo para caer al suelo, débil y desorientada.
—¡Señora!
—¡No me toques! —gritó Elizabeth, arrastrándose hasta el sofá, donde finalmente se sentó.
Mientras tanto, Denis y otras dos empleadas se afanaban en limpiar las sábanas vomitadas y arreglar la habitación, que era un completo desastre. Elizabeth, sentada al borde del sofá junto a la cama,