A la hora de la cena, Zaria se sentó allí tan rígidamente. Ella no le dijo una palabra. Issam se reclino en su asiento y paso su brazo alrededor de su silla.
―Tal vez puedas al menos sonreír ― le susurro en su oído.
Ella se giró y le sonrió. Podía ver que su sonrisa era fingida y tal vez hasta sarcástica. En todo caso todo lo que vio fue fuego en sus misteriosos ojos azules.
― ¿Crees que es adecuado sentarte allí y que todos seas testigos de tu enfado? Me parece mal.
―Bueno, tal vez tu segunda esposa haga un mejor trabajo ― dijo girándose a su posición inicial ― A Issam no le gustaba a donde iba esto.
―Tu, eres mi única esposa hasta el momento ― dijo odiando la situación.
―Entonces como tu hasta ahora única esposa. Tengo el derecho a mantener la cara que me de la gana. Soy la jequesa de este país, y también soy humana. ¿Cuál es el problema? ¿Qué, pretendes que te sonría a cada rato? Lo siento
Issam, pero no eres digno de ellas.
―Es suficiente, Zaria ― El, le advirtió.
― ¿Qué?