Amelia conservó cada palabra que leyó en aquel sobre que le dejo Olivia, cada cosa dejo marcado su interior, y aunque estaba deseosa por decirle a Maximilien toda la verdad acerca de quien era su madre, no sabía si él realmente era de confianza y aceptaría la realidad.
Apenas llegó al hospital, su corazón se quiso salir de su pecho, llevaba varios días sin ver a su pequeño despierto y lo único que anhelaba en ese momento, era hablar con él, decirle cuanta falta le hizo y abrazarlo fuerte a su lecho, aunque caminaba despacio por el fuerte trajín de las muletas, la ansiedad por llegar a la habitación de su hijo fue más grande que cualquier dolor.
Cuando entró, con lo primero que se encontró fue con la dulce imagen de sus padres cuidando a su pequeño, que encantado jugaba con el muñeco que le había regalado Maximilien.
—¡Mi amor! —Amelia apresuró el paso, Lucían apenas la vio, dio un sobre salto, y se levantó como pudo de la camilla.
—¡Mami! ¡Eithan! Mami ¿Qué te pasó? —preguntó Lucían a