Aslin se cambió lentamente, como si cada prenda que se ponía la ayudara a recuperar un poco de control sobre sí misma. Eligió un vestido azul oscuro, de tela suave, que le cubría los brazos y le caía justo por debajo de las rodillas. Se recogió el cabello en una trenza suelta y se puso un poco de rubor en las mejillas para disimular la palidez. Aun así, sus ojos seguían delatándola.
Se miró una última vez al espejo antes de salir de la habitación.
Bajó las escaleras con pasos silenciosos, sujetándose del barandal como si el equilibrio aún le costara. A medida que se acercaba al comedor, las voces de su familia comenzaron a llegarle en murmullos. Voces cálidas, mezcladas con risas, el tintinear de cubiertos y el sonido lejano de una copa al chocar con otra.
Al doblar por el pasillo y cruzar el umbral del comedor, fue recibida por un estallido de alegría.
—¡Mami! —gritó Isabella, saltando de su silla para correr hacia ella—. ¡Viniste!
—¡Mamá! —la siguió Noah con una sonrisa que le ilum