Aslin caminaba descalza por un pasillo interminable. Las paredes eran de piedra antigua, cubiertas de tapices rojos y dorados, como si estuviera dentro de un castillo sacado de otro tiempo, de otro mundo. Su vestido rosa, de tela suave y ligera, se movía con ella mientras reía a carcajadas, con una felicidad tan pura que parecía infantil. El cabello suelto le caía en ondas por la espalda, y el sonido de su risa rebotaba en las paredes de mármol como una melodía olvidada.
—¡Carttal! —llamó entre risas—. ¿Dónde estás? No te encuentro... sal de donde estés. Me estás asustando.
Su voz, aunque alegre al principio, comenzó a llenarse de una ligera inquietud. Las sombras del castillo crecían a su alrededor, alargándose, como si el lugar comenzara a darse cuenta de su presencia. Ella echó a correr, sus pies golpeando el suelo con eco, el vestido flotando tras ella como un velo de esperanza. Miraba en cada rincon , abría puertas vacías, cruzaba salones en penumbra... pero no lo encontraba.
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