La mañana había llegado demasiado pronto.
El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando bajé las escaleras de la mansión, donde encontré a los niños ya reunidos en la sala. Isabella se abrazaba a su peluche favorito, Liam jugaba nerviosamente con los cordones de su sudadera, y Noah me miraba con esos grandes ojos que siempre parecían entender más de lo que decía.
Me agaché frente a ellos, sonriendo para intentar disimular el nudo que tenía en el estómago.
—Papá volverá en dos días, así que tranquilos —les dije, acariciándoles el cabello uno por uno—. Y además... —agregué bajando un poco la voz como si les confiara un gran secreto—, cuando regrese, les traeré muchos regalos.
Liam esbozó una pequeña sonrisa, Isabella asintió entusiasmada y Noah simplemente me abrazó, rodeando mi cuello con sus bracitos.
Me tomé un momento para abrazarlos a los tres juntos, sintiendo su calor, su inocencia. Quería que recordaran ese abrazo hasta que volviera.
Cuando me incorporé, mis ojos buscaron a As