La habitación se llenó de una cálida sensación, iluminada apenas por el titilar de las luces navideñas que se filtraban desde el pasillo.
Los sonidos del mundo exterior quedaron en un segundo plano: el susurro de la nieve contra la ventana, el crujido ocasional de la casa al asentarse contra el viento. Todo lo que existía era ese momento, ese espacio compartido entre ellos.
Benjamín deslizó sus manos por el rostro de Winnie, enmarcándolo con cuidado como si estuviera contemplando algo sagrado. La besó nuevamente, esta vez con una mezcla de ternura y pasión contenida, dejando que sus labios hablaran el lenguaje que las palabras no podían abarcar.
Winnie se aferró a él, sintiendo el calor de su piel, la seguridad de sus brazos alrededor de ella. Ella lo aceptaba tal cual, con su pasado su cicatriz y todo el amor que él le daba. Había un fervor en cada caricia, pero también una paciencia infinita, como si Benjamín entendiera que no se trataba solo de deseo, sino de algo mucho más profund