Cuando Julia volvió a abrir los ojos, ya era de noche. Tenía mucha hambre. Al despertar, sintió que la abrazaban. El pecho musculoso de Andrés estaba pegado a ella y su voz tenía un tono alegre:
—¿Despertaste, señora Martín?
Julia, aún adormilada, se sorprendió al verlo.
—¿No fuiste a la oficina esta tarde?
Su voz sonaba suave y perezosa.
—Me tentaste tanto que decidí no ir a trabajar—bromeó Andrés, acercándose para besarle la mejilla. La abrazó por la cintura en un gesto posesivo.
Julia no se resistió y después de unos besos murmuró:
—Tengo hambre, quiero comer.
—De acuerdo—dijo él riendo y pellizcándole la mejilla antes de ayudarla a sentarse.
Al incorporarse, Julia notó que todo el cuerpo le dolía. Se recostó en la almohada y dijo:
—No tengo fuerzas, Andrés. Llévame abajo.
Su tono era mimoso y perezoso. Andrés arqueó una ceja mientras se vestía, luego la levantó en brazos como a una princesa. Julia, con los ojos entrecerrados y todavía adormilada, se dejó llevar escaleras abajo. Al