Tácticas de Guerra
El universo no solo tenía un pésimo sentido del humor; era un sádico con una lupa gigante, y yo era la hormiga.
El tiempo se había detenido en el porche, creando una fotografía imposible de imaginar; mi padre, con la confusión pintada en el rostro y el cargador de la abuela en la mano; Adan, vibrando con una ira tóxica; yo, al borde del colapso; y Jack, mi falso prometido irradiando una calma que era casi un insulto a la catástrofe que se desarrollaba a mi alrededor.
— Game over —susurró mi cerebro, agitando una pequeña bandera blanca.¡Sálvese quien pueda!
Pero Adan no había venido a aceptar rendiciones. Había venido a prender fuego al mundo. A mi mundo.
Su cerebro, a diferencia del mío, no entró en pánico. Se adaptó. En una fracción de segundo, la furia de su rostro se disolvió, reemplazada por una máscara de profesionalismo y urgencia tan convincente que por un instante hasta yo dudé de la realidad.