Henrietta salió del bar nocturno. Se tambaleó hacia su coche, sintiendo cómo las luces del estacionamiento parecían girar a su alrededor, intensificando la confusión y el dolor que le inundaban el pecho. La noche era fría y oscura, y aquel viento que pasaba entre los edificios parecía murmurar verdades que ella había intentado ignorar durante años, secretos de su propio corazón que se negaba a aceptar. Sus manos temblaban mientras intentaba meter las llaves en la cerradura, y cada intento fallido la hacía sentirse más derrotada, más frágil. Finalmente, sus dedos se soltaron, y las llaves cayeron al suelo, tintineando en un sonido metálico que rompió el silencio de la noche.Henrietta apoyó una mano en la carrocería fría del coche, intentando calmar el torbellino de emociones que la estaba consumiendo. El rechazo de Helios, tan contundente y real, la golpeaba en oleadas, haciéndole perder el equilibrio entre lo que era y lo que había deseado ser. Había creído, quizás de manera ingenua,
Harold había seguido a esa hermosa mujer de cabello rojo, luego de lo sucedido con aquel muchacho rubio. Desde el estacionamiento la miró en la distancia como ella lloraba sin consuelo por haber sido rechazada por el hombre al que amaba. No sabía quién era, pero era la más hermosa, fuerte y valiente. Se había confesado y había aguantado hasta ahora. Se mantuvo allí, varios minutos. Ella se durmió al descubierto. ¿Cómo una mujer tan bella se emborrachaba y se quedaba dormida a la deriva? Llamó a un taxi y la cargó en sus brazos, mientras ella permanecía sin despertarse. La llevó a un hotel y pidió una habitación.Harold la observaba con una mezcla de asombro y compasión mientras la mujer dormía profundamente, completamente ajena a su presencia ya todo lo que había sucedido esa noche. Al cargarla, apenas sentia su peso; lo que realmente le pesaba era el dolor invisible que parecía envolverla. Su rostro, ahora en reposo, no mostraba la tormenta que había visto en sus ojos antes de que el
Henrietta despertó sintiendo una extraña calidez en su cuerpo, envuelta en sábanas blancas que parecían acunarla. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, golpeando sus párpados con un resplandor molesto que le arrancó un leve gemido. Entreabrió los ojos y parpadeó varias veces, intentando acostumbrarse a la claridad, mientras una punzada en la cabeza le recordaba la intensidad de la noche anterior. Un sabor amargo en su boca y una seda abrasadora parecían susurrarle que algo no estaba bien.Al mirar alrededor, notó que el lugar era desconocido. Las paredes claras, el silencio y la impecable pulcritud del cuarto la hacían sentir desorientada. La decoración era minimalista y ordenada, sin los detalles lujosos que solían rodearla en su ático. Cada cosa en esta habitación desconocida parecía cuidadosamente seleccionada para no llamar la atención, un ambiente de paz que contrastaba con la tormenta que llevaba por dentro.Con esfuerzo, se bajó de la cama y caminó hacia una pequ
En la oficina de Helios, la luz suave de la tarde atravesaba las ventanas, iluminando sus ojos fijos en el escritorio donde había comenzado a planear el encuentro que podría cambiar su vida para siempre. Esta vez, sin esconder nada, iba a confesar lo que sentía a Herseis, y la idea de expresarle abiertamente su amor le producía una mezcla vertiginosa de emociones. Era extraño que alguien como él, siempre tan seguro, tan metódico y preciso, sintiera ahora un tipo de nerviosismo que jamás había experimentado, y que cada pequeño detalle de la preparación, cada decisión, le acelerara el pulso.A su lado, Henry lo observaba con una mezcla de curiosidad y leve diversión. Ver a su amigo tan fuera de su elemento, dudando entre elegir entre rosas o lirios, o preguntándose si debía usar un tono de voz más suave o más firme, le resultaba tan inusual como fascinante. Helios se ajustaba el cuello de la camisa, reflexionando sobre qué decir y cómo decírselo. No estaba acostumbrado a tales insegurid
Era de mañana en el penthouse. Ellos compartían el desayuno en la mesa. Aunque habían terminado su relación, seguían viviendo juntos, pero en cuartos separados.—¿Estás libre esta noche? —preguntó Helios de manera tranquila.—Sí —respondió Herseis.—Quisiera invitarte a un lugar. Pero no sé si quieras venir —dijo Helios.—Iré. ¿A qué hora?Helios le dio las indicaciones pertinentes. Al salir del trabajo pasó por ella. Iban en el auto los dos.La noche ya había caído cuando Helios y Herseis llegaron al lugar, un edificio de arquitectura clásica que se alzaba discretamente sobre una calle tranquila y poco transitada. Las luces cálidas iluminaban el exterior, destacando la elegancia y el encanto que se escondían en aquel rincón apartado de la ciudad. Helios había conducido en silencio la mayor parte del trayecto, robando miradas furtivas hacia ella, notando su perfil mientras observaba la oscuridad y las luces de la ciudad. Herseis parecía tranquila, aunque se percibía cierta expectativa
La cena se desarrollaba en un ambiente que exudaba calidez e intimidad, un entorno donde los detalles parecían haber sido cuidadosamente seleccionados. Helios, observando el cuidado que había puesto en cada aspecto de la noche, sintió una extraña combinación de emoción y tensión. Había encargado una selección de platillos refinados, esperando que el ritmo pausado le diera a cada momento el peso necesario antes de su confesión final. Herseis, mientras tanto, apreciaba el ambiente en silencio, dejando que cada sabor y aroma le brindara un respiro en medio de las emociones contenidas de los últimos días.El primer platillo, un aperitivo delicado de ostras frescas servidas con una sutil salsa de cítricos, llegó a la mesa en elegantes bandejas de porcelana blanca. Helios sabía que Herseis disfrutaba de los mariscos, y había buscado una entrada que pudiera sorprenderla, algo que evocara recuerdos de momentos tranquilos y sensuales que habían compartido. Él la miraba mientras ella probableme
Helios sintió un calor que invadía cada fibra de su ser mientras pronunciaba cada palabra. Sabía que aquel momento era único, decisivo, y mientras hablaba, la vulnerabilidad se entremezclaba con una fuerza interna que jamás había sentido tan intensamente. Su voz, habitualmente firme y mesurada, adquiría matices nuevos, emocionados, incluso algo temblorosos, algo tan inusual en él que se sentía como si estuviera revelando un aspecto de sí mismo que nadie, ni siquiera él, había conocido hasta entonces.Al confesarle a Herseis todo lo que sentía, la emoción crecía como una marea que lo envolvía por completo. Era la primera vez que se entregaba a palabras tan sinceras y abiertas, sin reservas ni filtros. Recordaba cómo había sido su vida antes de conocerla: ordenada, calculada, y en muchos sentidos vacía. Antes de Herseis, todo tenía un propósito meramente racional, una sólida estructura y predeterminada, y él, al mando de todo, siempre controlando cada aspecto de su vida. Pero desde la p
Herseis experimentó un temblor recorrer su cuerpo desde el momento en que Helios empezó a hablar. Su corazón, en un primer momento helado y detenido, comenzó a latir con una fuerza que hacía tiempo no experimentaba. Cada palabra que Helios le dirigía, cada sílaba, cargada de sinceridad y vulnerabilidad, golpeaba su espíritu con una intensidad inesperada. El aire a su alrededor parecía haber vuelto más espeso, atrapándola en ese instante como si nada más en el mundo importara. Sus ojos se habían clavado en él casi sin darse cuenta, incapaces de apartarse de su rostro que, a la luz tenue de la cena, parecía adquirir una belleza irreal.La voz de Helios, profunda y segura, se mueve con la certeza de quien ha tomado una decisión irrevocable. Mientras lo escuchaba, Herseis sintió que sus barreras, aquellas que se habían erigido a lo largo de su vida para protegerse, comenzaban a desmoronarse. Era como si él hablara directamente a su alma, como si cada palabra lograra penetrar las capas de