Esa era la verdad que rondaba constantemente en la mente de Helios. Desde que Herseis había entrado en su vida, todo lo demás se había desvanecido. No le importaba más nadie; ninguna otra persona, ningún otro interés. Solo ella. La mujer madura que había encontrado refugio en sus brazos y que, a su vez, se había convertido en su mundo. La diferencia de edad, que antes le había parecido una posible barrera, ya no tenía ninguna importancia. Si acaso, solo añadía una capa de admiración y respeto a lo que sentía por ella.Helios disfrutaba cuidándola, no como un deber, sino como un placer. Le preparaba el desayuno, cenas elaboradas, a menudo siguiendo las pautas del nutricionista para asegurarse de que ella estuviera siempre saludable y fuerte. Cada plato que le servía no solo era un acto de amor, sino una afirmación de su devoción hacia ella.—Buenos días —susurraba él cada mañana, inclinándose para besarle la frente cuando se despertaban.—Buenos días —respondía Herseis con una sonrisa
Al despertar, el sol se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación con una luz suave. Helios la besó en la frente, y luego en los labios, como si aún quisiera saborear lo que la noche les había regalado. El desayuno, preparado con esmero y siguiendo las recomendaciones del nutricionista, era un recordatorio silencioso de los nuevos comienzos, de las promesas de una vida compartida. Helios la observaba mientras comían, y en su mente, no podía dejar de pensar en lo afortunado que era de tenerla a su lado, no solo como su amante, sino como su compañera, su reina.En los días siguientes, su vida continuó con esa mezcla perfecta de pasión y cotidianidad. Corriendo juntos por las mañanas, nadando en la piscina privada, disfrutando de juegos y momentos tranquilos, ambos sabían que el verdadero lujo no estaba en los bienes materiales que los rodeaban, sino en la conexión que compartían.Así, pasó un año, pero a pesar de todas las veces que lo hacían no había indicios de que est
Helios la miraba con esa serenidad suya, pero en sus ojos brillaba una chispa que solo ella conocía. Ese fuego que ardía detrás de su fachada tranquila, que se encendía cada vez que estaban solos. Con movimientos delicados pero decididos, Herseis comenzó a desvestirlo, pieza por pieza, disfrutando de cada momento en que su piel quedaba expuesta. Sentía el calor de su cuerpo bajo sus dedos, la tensión de sus músculos respondiendo a sus caricias. Era como si su agradecimiento, su amor y su deseo se fusionaran en un solo acto de entrega.Se desnudó con la misma intensidad, dejando que la ropa cayera al suelo sin importar dónde terminara. Cuando al fin ambos estuvieron desnudos, Herseis lo empujó suavemente sobre la cama y, con una sonrisa juguetona, se colocó sobre él. Sentía el poder de esa posición, la libertad de poder tomar el control por un momento. Bajó lentamente, disfrutando de la sensación de su piel contra la suya, de la dureza de su cuerpo bajo el suyo.Comenzó a moverse con u
El top deportivo de Herseis fue lo primero en caer. Helios lo levantó con una mano firme pero suave, desnudando su torso brillante de sudor. Sus pechos quedaron al descubierto, y Helios no pudo resistirse a inclinarse y besar cada centímetro de su piel, saboreando el ligero gusto salado de su sudor. Los gemidos suaves de Herseis llenaron el aire, sus manos enterrándose en el cabello oscuro de Helios mientras él la devoraba con besos y caricias.—Ah… Helios —susurró ella, su voz quebrándose entre el placer y la respiración agitada.Cada sonido que hacía, cada suspiro que escapaba de sus labios, encendía aún más a Helios. Su ropa deportiva pronto quedó esparcida por el suelo del gimnasio, mientras ambos se despojaban con prisa de cualquier barrera entre ellos. El aire estaba cargado de calor, no solo por el ejercicio, sino por el deseo que los envolvía.Cuando finalmente ambos quedaron completamente desnudos, Helios la levantó fácilmente, sosteniéndola por las caderas con la fuerza que
Ambos se quedaron en silencio, con una exaltación entre ellos. Era como si el resto de la sala hubiera desaparecido. No importaban las miradas curiosas de los asistentes ni el bullicio de la celebración. Solo existían ellos dos, inmersos en un diálogo íntimo, aunque formal, que ocultaba mucho más de lo que expresaba en palabras.Helios, sin poder contenerse más, extendió la mano y tomó suavemente la de Herseis. Su piel era cálida, y el contacto los conectó de una manera que las palabras no podían describir.—Siempre he sabido que había algo especial en ti —dijo él—. Y hoy, más que nunca, lo veo con claridad. Eres… perfecta.Los ojos de Herseis se suavizaron, y sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia él, dejando que su frente tocara suavemente la de Helios. El gesto era íntimo, silencioso, pero cargado de emociones que no necesitaban ser dichas.—Helios… —susurró ella.Ambos se acercaron todavía más. Y entonces, sin más palabras, Helios la abrazó. Fue un abrazo firme, protector, pero
Herseis tensó los dedos y exhaló con resignación. Solo quería pasar de largo, pero él la había llamado. ¿Por qué? Le había pedido el divorcio y se había casado con ella, con Eleanor Whitmore al poco tiempo. Ellos no tenían nada pendiente y su matrimonio había muerto también desde hace muchos años.—Así que estás aquí. ¿Qué hace una cajera en un evento del grupo Astral cómo este? —dijo Eleanor de forma altiva y venenosa—. Mi hermano es el asistente de gerencia del Banco Diamantes y nos ha invitado.—Comprendo. Sigan viendo las promociones de la tienda y del banco —contestó Herseis de forma cortante. Nada más deseaba irse y dejarlos a ellos.Herseis intentó irse. No quería inconvenientes con ellos, ni causar problemas al banco y a la tienda aliada del grupo Astral. Helios era el CEO y como asistente de gerente no podía generar reportes negativos.—¿A dónde vas, cajera? —preguntó Eleonor de forma burlesca—. No saludas y ya te vas. Apenas comenzamos a hablar.—Yo no tengo nada que convers
—Claro que no —dijo Herseis con apuro. Aunque su cuerpo pesaba, se puso de pie—. Yo lo siento. No fue mi intención tumbarlo. —Su voz sonó rota, casi inaudible, como si no tuviera la fuerza suficiente para defenderse. Y en verdad, no la tenía.Esa frase fue como una puñalada directa al corazón. Herseis sintió cómo algo en su interior se rompía, algo que había mantenido unido con tanto esfuerzo, con tanto dolor. Sus piernas temblaron, y por un momento pensó que volvería a caer. El aire a su alrededor se tornó espeso, casi irrespirable, mientras las palabras de Eleonor seguían repitiéndose en su mente como un eco interminable. "No puedes tener hijos... quieres dañar a los míos..." Era una acusación injusta, cruel, pero, aun así, resonaba con una verdad que no podía negar. Ese hecho la definía, la marcaba como una falla, un defecto.Los murmullos de la multitud se intensificaron. Sentía cómo las miradas la atravesaban como agujas, cada una más dolorosa que la anterior. Intentó respirar, p
El escalofrío que le recorrió la columna vertebral fue la manifestación física de todo lo que sentía por dentro. Sus labios temblaban, sus rodillas también, y aunque no quería ceder, no podía evitar sentir cómo su cuerpo la traicionaba. ¿Qué quedaba de la Herseis que había comenzado a recuperar su vida? Esa que había dejado atrás la desesperanza, la que estaba volviendo a sentir la alegría y el poder sobre sí misma. Ahora, de nuevo, estaba al borde de la destrucción, al borde de caer de rodillas, no solo físicamente, sino emocionalmente.El murmullo de la gente la envolvía como un manto pesado, sofocante. Los susurros eran como serpientes que se arrastraban por el suelo, listos para enroscarse a su alrededor, para estrangularla con sus opiniones y juicios. Todo su ser deseaba desaparecer, borrarse del mapa, porque cada segundo que permanecía allí, enfrentada a la hostilidad de los Whitmore y los Grey, era como una eternidad en un purgatorio de humillación.No podía hacer otra cosa. El