Una semana, una maldita semana desde que Leonardo había visto por última vez a su Luna, en este punto ya estaba enfurecido, su lobo se paseaba de un lado a otro arañando las paredes de su jaula mental, estaba más que dispuesto a tomar el control y desgarrar la cantidad de gargantas necesarias para que le devolvieran lo que le pertenecía. Había ido a la oficina de la morena al menos una vez al día y siempre era retirado con suma tranquilidad por aquella maldita castaña que Emma solía apreciar tanto.
-No te estoy preguntando, que quiero verla ahora.- exigió Leonardo afuera de las enormes puertas color caoba de la oficina de Emma, entre aquellas puertas y él se interponían dos hombres y la castaña, quien mantenía un temple de acero, no importaba cuánto insistie