Vacío

Me levanté en silencio y me puse un abrigo rojo con capucha. Para no llamar la atención de los sabuesos, preferí dejar mi rostro descubierto. Eran las ocho de la noche cuando miré el reloj de cocina. Bajé por las escaleras. Descender ocho plantas no me hacía ningún mal. Había dejado el teléfono encima del escritorio y solo llevaba conmigo, en los bolsillos, la tarjeta de débito y el carnet de identificación. Crucé el vestíbulo como si no quisiera ser visto por nadie, en realidad, ni quería ser visto por el portero.

—Buenas noches —dijo el portero.

—Buenas noches —murmuré.

Seguí el camino de la calzada. Las luces de la calle me alumbraban y la vida nocturna se manifestaba en la música puesta en los grandes altavoces de las tiendas. Miré alrededor y una panadería estaba abierta. Pedí un croissant y caf&

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