19: Un corazón prisionero

Con Kaia a la cabeza, empezaron a descender por ese camino. Al principio sólo su tacto y la luz de la luna que entraba detrás de ellos bastaba para poderse guiar por ese pequeño pasadizo, pero una vez que se adentraron varios metros en el interior del monte, la luz detrás de ellos se extinguió y los dejó a oscuras.

—Debimos traer una lámpara —dijo Egan.

—¿Quién necesita eso cuando me tienen a mí? —respondió Kaia con burla y pronto una luz naranja iluminó el camino. Una llama bailaba sobre la palma de la vampiro.

—Se me olvidaba que también eras maga —dijo Carolos un tanto irónico.

Egan mientras tanto silbó y luego dijo:

—Eres toda una caja de sorpresas.

Salomé giró los ojos.

«Y qué lo digas…», pensó.

Continuaron avanzando por aquel peque

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