Me despierto al día siguiente con la noticia de que el padre de Fran sufrió un ataque al corazón. Está en el hospital y necesita más exámenes para saber si lo que tiene es aún más grave. Piensan dejar a los niños con la madre de Fran, que está separada de él desde hace años, para poder viajar a Illinois, donde él vive.
—Espero que todo esté bien; si algo le pasa, Fran se volverá loco —asegura Alana, terminando de cerrar la mochila de la bebé. Fran, por su parte, mete las bolsas en el maletero del coche, más silencioso de lo habitual—. Como es normal, yo también me volvería loca si a papá le pasara algo.
Mi estómago se anuda, algo común cuando lo menciona. El solo hecho de referirse a él me da náuseas. Ella lo ama, vive en la ignorancia de lo que me hizo y, a pesar de sus infidelidades, no tiene razones para odiarlo.
—Si necesitas algo, avísame —me pide con preocupación—. Al menos me quedo tranquila sabiendo que Andrew te cuidará.
El nudo en mi estómago se hace más grande, esta vez por