70. Son los latidos del corazón de su hijo, señor Dos Santos
— Ven, acércate, creo que jamás he tenido la oportunidad de presentarte a Magda — le dijo él, ofreciéndole su mano para que se acercara.
Calioppe parpadeó, recelosa.
— ¿Magda? — preguntó, curiosa.
— Sí, es mi yegua — presentó al imponente animal que se dejaba acariciar con naturalidad, como si las manos de ese hombre representaran un lugar seguro para ella.
Era una yegua de color café y con mirada profunda.
— ¿No me hará nada? — quiso saber, temerosa.
— Es indefensa, vamos, tócala — tomó su mano y la depositó sobre el lomo del animal. Ella respondió un tanto nerviosa — No temas, ella presiente.
Confiada, sabiendo que él la tenía sujeta de la cintura con gesto protector, y que no consentiría que nada malo le pasara, se armó de valor y deslizó su mano por el suave y brilloso pelaje del animal.
— Hola, Magda — la saludó con una adorable sonrisa —. Eres una yegua encantadora, ¿lo sabías?
— Ella también opina lo mismo de ti — la aduló el brasileño, besándole el hombro.
— ¿Te comun