50. Dios, cariño, lo siento tanto
El salón se llenó de completo y absoluto silencio por un largo instante. Y seis segundos fueron los que le tomaron a Nicholas Dos Santos en reaccionar ante el entumecimiento.
— Paulo, Ernesto, regresen los espejos a la bodega. El resto vuelva a lo suyo — ordenó, pasando por el lado de su esposa, sabiendo que esta lo seguiría hasta el despacho.
— Nicholas — musitó la inocente joven tras cerrar la puerta con gesto trémulo —… ¿Qué ocurre?
Él estaba de espaldas a ella.
— ¿Por qué ordenaste que sacaran los espejos? — cuestionó con los puños apretados.
Ella arrugó la frente, desconcertada.
— Yo no sabía que no se podía, yo creí qué…
— Ahora ya lo sabes.
De pronto ella notó que su esposo se aferraba a los bordes del escritorio como si su vida entera dependiera de una acción tan simple como esa.
— Sí, lo siento, pero…sigo sin comprender. ¿Qué tienen de malo los espejos? — se acercó con pasos tímidos hasta él.
— No me gustan en la casa — gruñó.
— Pero debe haber una razón.
— No la h