4. ¡¿Tu esposa?!

Calioppe estaba temblando y su mirada de horror hizo que Nick se sintiera mísero y culpable.

¿Cómo había podido ser capaz de dejarla sola en su primera noche en la hacienda? ¿Es que acaso era un insensato? ¡Deus, claro que lo era!

«Um muito grande» pensó en portugués.

— Calioppe, mírame, soy yo — le pidió con gesto verdaderamente angustiado, intentando acercarse y primeramente tranquilizar al animal.

Heros; un mastodonte de pelaje negro que no solo era muy inquieto en los días de tormenta, sino que relinchaba ante el miedo de las personas a su alrededor y en ese instante la joven esposa de Nicholas parecía haber sido azotada por un pánico desmedido.

En eso, entraron los dos peones a quienes se les había escapado el cabello, y al presenciar la escena, se quedaron completamente lívidos por un par de segundos. Esa joven parecía realmente a punto de desfallecer por la impresión.

La dulce Calioppe alzó la vista, encontrándose con el poderosísimo verde de los ojos de su esposo.

— Eso es, mírame a mí… solo a mí — musitó con calma y alzó las palmas para transmitir confianza. No era la primera vez que se presentaba una situación así, aunque sí era la primera vez que sentía esa clase de miedo.

Miedo por ella.

Miedo a que algo malo le sucediera.

De repente, un fuerte relámpago hizo que Calioppe soltara un grito, provocando la reacción del caballo y cabreándolo muchísimo.

Todo sucedió demasiado rápido, y cuando el animal se levantó en dos patas con agresividad, Nick abrió los ojos como platos.

— ¡Sujétenlo! — ordenó con fuerza, interponiéndose entre el asustado caballo y el escuálido cuerpo de la jovencita, sin advertir la fuerte embestida que le propiciaría al animal en el hombro izquierdo con una de las patas.

Por suerte, los dos peones consiguieron sujetarlo en vuelos por las cuerdas, así que el daño fue insignificante en comparación a lo que hubiese sucedido si él no protegía a la joven con su propio cuerpo.

El brasileño se quejó entre dientes, pero lo único que le importó fue asegurarse de que su esposa estuviese bien, así que la tomó de ambas mejillas y la obligó a mirarlo.

— ¿Estás bien? — le preguntó con inquietud y la inspeccionó con gesto bastante preocupado.

Calioppe tenía los ojos completamente abiertos, y aunque seguía conmocionada, logró asentir rápidamente.

— Tú… tú… ¿estás bien? — deseó saber, asustada.

Nick sonrió sin saber por qué. También asintió.

— Vamos, te sacaré de aquí — acomodó firmemente su mano en el hueco de su cintura y la guio hasta la salida. Fuera el caballo estaba siendo controlado y llevado a las caballerizas por uno de los muchachos. Suspiró, molesto, y miró al otro —. ¿Se puede saber qué diablos hacía el animal aquí? ¿Cómo es que se les pudo haber escapado?

— Lo siento, patrón, pero la tormenta nos cayó de pronto y no pudimos controlar a todos los caballos, en especial a Heros, ya sabe que no le gustan los truenos.

— No quiero que una cosa así se vuelva a repetir — espetó con seriedad.

— Sí, patrón — se excusó el joven peón y después miró a la muchacha con gesto avergonzado —. Discúlpeme usted también, señorita.

Calioppe torció una sonrisa.

— Estoy segura de que no fue tu intención — dijo con voz azucarada.

Nick la miró extrañado. En un principio pensó que soltaría palabras arrogantes de mal gusto de una típica joven rebelde como ella, pero, lejos de eso, sonreía buscando tranquilizar al muchacho. Su reacción lo intrigaba muchísimo. ¿Quién era de verdad? ¿Es que Thiago le había mentido? No… ¿Por qué razón lo haría?

— Gracias, señorita.

Calioppe asintió y no pudo evitar que la mirada insistente de Nicholas traspasara sus poros. Alzó la vista y en seguida volvieron esas extrañas mariposas al centro de su estómago cuando el aliento masculino le acarició las mejillas. Otra vez la pareja quedó prendada… hasta que el hechizo se rompió.

— ¡Nick! ¡Nick! ¡Escuché lo que ocurrió! ¿Estás bien? — apareció esa mujer con la que minutos antes Calioppe había tenido el infortunio de toparse y se guindó al cuello del hombre como si fuese una extensión de su propio cuerpo.

La joven esposa se separó con timidez del contacto de su esposo y se cruzó de brazos, de pronto molesta… de pronto celosa.

— Estamos bien, Romina — dijo, apartando las manos de la mujer —. Todo el mundo a la casa, vamos, que parece que no dejará de llover esta noche.

— ¿Ella también? — preguntó Romina de forma despectiva. Esa recién llegada no le gustaba nada, sobre todo por la forma en la que su amante la miraba.

A Nick no se le olvidaba lo que le había dicho Francisca cuando fue a buscarlo a las caballerizas, pero ya tendría una necesaria conversación con ella después.

— Sí, ella también — respondió con seriedad. Después ordenó a uno de los peones que se hiciera cargo del equipaje de su esposa.

Calioppe llegó empapada a la casa grande y esa muchacha que se llamaba Francisca en seguida le ofreció una cálida sonrisa y una toalla con la que secarse.

Agradecida, le sonrió de vuelta.

— ¿Puedes indicarme el camino hasta el baño?

— Sí, venga, es por aquí, yo misma la llevo.

— Un momento — la voz autoritaria de Nick no solo provocó que Calioppe no se moviera de su sitio, sino que nadie más allí lo hiciera, como de costumbre. Todo el personal de la hacienda se giró con gesto expectante —. No tuve la oportunidad de presentar antes a Calioppe. Ella vivirá aquí con nosotros a partir de ahora.

— ¿Y qué papel ocupará en la cocina? — preguntó Romina, cruzada de brazos —. Imagino que es la muchacha que hace falta desde que Rocío decidió salir con su sorpresita.

— No, ella no viene aquí a reemplazar el lugar de nadie.

— Entonces no comprendo. Ella no parece que sepa hacer muchas cosas… y aquí todo el mundo se gana el pan que se lleva a la boca, dicho por ti mismo — dijo en tono hostil.

— Calioppe Da Silva, ahora Dos Santos, es mi esposa, y lo que sea que tenga que hacer aquí en la hacienda solo me compete a mí — zanjó el brasileño con hermetismo. El rostro de la joven mujer pasó de un color a otro.

— ¡¿Tu esposa?! — saltó Patricia Alcalá; la madre de Romina, indignada.

Nick entornó los ojos. ¿Qué forma de hablarle era esa?

— Sí, mi esposa — repitió.

— ¡Pero…!

— Pero nada — la interrumpió con natural severidad —. Yo no estoy preguntando a nadie si está de acuerdo o no con mis decisiones, Patricia.

La mujer de cabello oscuro tensó la mandíbula y miró a su hija, que también parecía conmocionada por la inesperada noticia.

— Sí, Nick, tienes razón. Con permiso — arguyó entre dientes, pero, antes de retirarse de allí, miró a esa intrusa por última vez. ¡¿Esposa?! ¡Pues eso ya se vería! ¡Ninguna niñita de ciudad le arrebataría a su preciosa Romina el lugar que por derecho le correspondía! ¡Por su cuenta corría!

— Francisca, muéstrale a Calioppe su recámara — pidió el patrón de Villa Dos Santos con la autoridad que le caracterizaba —. Romina, ven a mi despacho.

Tan pronto cerró la puerta, se giró cruzado de brazos.

— Ya me enteré de lo que pasó con Calioppe — se giró, cruzándose de brazos —. ¿Tienes una explicación?

Romina pasó un trago. Él nunca la había amedrentado por nada.

— Solo hice lo de siempre, dar órdenes al servicio de la cocina.

— Calioppe no es parte del servicio de nada — le recordó con firmeza.

— Ahora lo sé, lo siento, no volverá a ocurrir.

— Muy bien.

Dicho esto, se dispuso a marcharse.

— Las cosas entre tú y yo cambiarán a partir de ahora… ¿verdad? — preguntó Romina, preocupada.

Nick se detuvo a un palmo de la puerta y ladeó la cabeza por encima del hombro.

— Muchas cosas cambiarán a partir de ahora — decidió antes de salir.

Calioppe se dejó guiar por esa buena muchacha que le sonreía de oreja a oreja y que también parecía muy amigable hasta su nueva recámara.

— Venga, entre, esta es la habitación del patrón y bueno… ahora la de usted también — dijo Francisca con emoción.

— Gracias.

La habitación era bastante tosca y con muy poca decoración, excepto por algún cuadro grande que colgaba en la pared detrás del cabecero de la cama de tres plazas, dos veladoras y un área que parecía de lectura a los pies de la ventana.

— No le gusta… ¿verdad? — se atrevió a preguntar la muchacha — Tranquila, seguro el patrón aceptará que la decore a su gusto.

Calioppe se ocultó un mechón húmedo detrás de la oreja.

— Gracias… Francisca, ¿verdad? — preguntó intentando recordar su nombre.

— Sí, señorita, para servirle, aunque puede decirme Kika, como todos aquí — dijo con entusiasmo.

— Eres muy amable, Kika.

— No se preocupe, aquí todos lo somos y la trataremos muy bien… bueno, aunque si le digo que la señorita Romina y su madre son un poco pesadas, pero no les haga caso, usted es la señora de esta casa ahora — y bien que la suripanta de la Romina se tendría que morder la lengua ahora.

Calioppe jugó con el bordillo de su falda larga.

— Esa muchacha, Romina, ella y Nicholas… — hizo una pequeña pausa, pero Kika era muy avispada y sabía lo que quería preguntar.

— Ella es empleada de la hacienda igual que todos, solo que junto a su madre se creen con cierta autoridad porque el patrón las considera mucho — refutó, volteando los ojos —. Pero no le haga caso, verá que el resto la haremos sentir como en casa, ni extrañará la suya.

Calioppe rio y se sintió acogida por primera vez desde la muerte de sus padres.

— Espero ser del agrado de todos.

— Ya verá que sí. Mire, esa es la ducha, hay agua caliente y toallas limpias. Si necesita algo yo estaré desempacando sus cosas.

— Oh, no, yo puedo hacerlo.

— ¿Cómo cree? Es la esposa del patrón — tomó una de las maletas para abrirlas. Eran unas cuantas y pesaban mucho.

— Pero…

— Calioppe tiene razón, Francisca — la poderosa presencia de Nicholas Dos Santos, bajo el marco de la puerta, hizo que las jóvenes alzaran la vista —. Ella tiene dos manos y es perfectamente capaz de desempacar sus cosas.

Junto a él entró un muchacho joven. Calioppe pasó un trago de intimidación.

— Era… era lo que pretendía hacer — dijo.

— Muy bien — respondió Nick y después miró al muchacho —. Asegúrate de que el equipaje esté limpio, ya sabes a lo que me refiero.

Calioppe abrió los ojos.

— ¿Limpio? ¿Limpio… de qué? — cuestionó avergonzada.

— Conozco tu historial, Calioppe, aquí no te drogarás ni mucho menos harás de las tuyas — zanjó con autoridad.

Y la mirada de la humillada Calioppe se llenó de lágrimas contenidas.

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