3. ¡Calioppe no te muevas!

Calioppe sabía que no había forma de convencer a su hermano de toda aquella locura, ni antes, ni ahora, pues ya era un hecho… ¡le había conseguido en menos de nada un nuevo marido!

Se encerró en la habitación que estaba predestinada para ella ese día y se dejó caer hecha un ovillo en la cama, sollozando en completo silencio.

De pronto, la puerta se abrió, revelando la sonrisa de triunfo de su cuñada.

— ¿Qué haces aquí? Eres la última persona a la que quiero ver en este momento, así que lárgate.

Tiara ignoró lo que su “adorada” cuñada quería y se sentó cruzada de piernas en el filo de la cama.

— Vaya humillación para la familia el día de hoy, eh Lilo. ¿Hacer travesuras una hora antes de tu boda? Eres toda una chica mala.

— ¡No me llames Lilo! — Calioppe se incorporó muy dispuesta a salir de allí. No quería escucharla, mucho menos compartir el mismo espacio con ella. La detestaba por todo lo que le había hecho el último año.

— No te atrevas a hacer otra tontería — le advirtió la mujer, clavándole las uñas en el antebrazo —. He conseguido que Thiago te amarre a un hombre y te vayas muy lejos de aquí. ¡Esta vez no arruinarás mis planes!

Calioppe negó con la vista empañada, repudiándola.

— ¿Qué harás cuando mi hermano se dé cuenta de la clase de víbora que eres?

Tiara rio.

— ¿Darse cuenta? Eso no va a suceder, cuñadita. ¿O serás tú quien se lo diga?

— ¿Qué pasa si lo hago? ¿Qué pasa si le cuento todo a Thiago?

— Que no te creerá, y si por alguna mínima razón lo duda, entonces ya no serás tú quien sufra las consecuencias, sino él y tu sobrino — sonrió cínica, tocándose el vientre.

— ¡No serías capaz de hacerles daño! — gruñó Calioppe entre dientes. ¡Estaba loca! — ¡Es tu esposo y tu hijo!

— ¿Quieres probarme? Bien, ve y dile a Thiago que tu fideicomiso está en mi poder, cuéntaselo todo y miremos a quien de las dos le cree.

— ¡Eres una…!

— ¡Basta, Lilo, no me hagas daño, no tengo la culpa de lo que decida tu hermano! — de pronto exclamó, convertida en otra persona, protegiéndose el vientre como si la joven Calioppe fuese a hacerle daño.

— ¿Qué está ocurriendo aquí? — preguntó Thiago, alertado, al entrar a la habitación.

Calioppe negó con la cabeza. Esa desgraciada mujer siempre lograba salirse con la suya y ella no tenía ventaja alguna. Thiago la amaba e iban a tener un hijo, lo mejor era… lo mejor era que al gin se fuera de allí.

— Nada, cariño, quería ayudar a tu hermana a elegir un vestido porque este ya no le servirá.

— No necesito ayuda, sálganse los dos de aquí.

Thiago suspiró, negando, y besó la coronilla de la cabeza de su mujer antes de instarla a salir y darle privacidad a su hermana.

— Sé una buena esposa y no regreses nunca — susurró Tiara a modo de despedida en el oído de su cuñada.

Y eso era precisamente lo que Calioppe haría; no volver… no volver nunca más.

En el lobby del hotel, Nick parecía un león enjaulado. No comprendía cómo diablos había terminado siendo arrastrado a todo aquel disparate. Por un segundo estuvo a punto de arrepentirse, pero no pudo… y es que al ver a esa mujer tan indefensa en los brazos de su propio hermano y un futuro marido tan imbécil como el que le habían conseguido, le pudo más la rabia, el poco raciocinio y la histeria.

Bufó, resignado, no podía ser flexible con ella. Había dado su palabra y Calioppe Da Silva iba a enderezar su camino durante el siguiente año. ¡Por su cuenta corría, pues en la hacienda no consentía malcriadeces de nadie y todo el mundo trabajaba por los alimentos que se servían en la mesa!

Esa misma tarde, la ceremonia se efectuó de manera muy discreta y sencilla, así que con muy pocas personas como testigos, el juez preguntó respectivamente a la pareja lo que correspondía.

— Sí, acepto — respondieron cada uno… y el oficiante los declaró como marido y mujer.

— Puede besar a la novia.

La pareja de recién casados se miraron directo a los ojos. Ella con nerviosismo y él… ¡Él no sabía por qué le sudaban las manos como a un adolescente! Al carajo, se removió el nudo de la corbata y se inclinó contra la comisura de los labios de su joven esposa.

El contacto, aunque fue por demás inocente y demoró lo necesario, despertó fuertes emociones que ninguno de los dos antes había experimentado.

Se separaron de casi un salto.

El equipaje de Calioppe ya estaba listo cuando regresaron a la mansión Da Silva. Allí los esperaba una pequeña recepción a la que la novia se negó a asistir, pues mientras más rápido se alejara de allí, sabía sería lo mejor para todos.

El cielo crujió cuando la última de sus pertenencias fue subida al maletero. Pronto llovería. Y ella odiaba todo lo relacionado con las tormentas. Sus padres habían muerto en una noche de fuertes lluvias.

— Quería despedirme… — Se acercó Thiago Da Silva a su hermana. No quería que se fuese enojada con él, pero Calioppe estaba demasiado herida como hacer de ese momento uno más doloroso.

— Pues bien, adiós — dijo, cruzada de brazos.

— Lilo…

— Sé feliz con tu esposa y con tu hijo ahora que me voy — le deseó sin atreverse a mirarlo, después se deslizó en el asiento de la todo terreno de su ahora esposo —… era eso lo que querías — terminó susurrándose a sí misma a medida que una lágrima se deslizaba por su mejilla.

Nick tomó asiento detrás del volante y miró a su joven esposa por el espejo retrovisor durante un par de segundos antes encender el motor. Ella tenía la mirada perdida en el paisaje y sus ojos estaban empañados de lágrimas contenidas.

Las cosas que le había hablado Thiago de ella no coincidían con el ser celestial que parecía en ese instante; tan serena, tan incapaz de dañar a nadie… tan endiabladamente bella.

Exhaló largo y se sacó a sí mismo de esas absurdas cavilaciones, después emprendió camino a Villa Dos Santos, una enorme hacienda que se situaba a las afueras de Rio de Janeiro.

Entraba casi las ocho cuando el auto tomó un camino de tierra.

Calioppe lo observó todo a su alrededor con gesto asombrado. ¿Qué era ese lugar tan grande y mágico? Se preguntó, limpiándose el hilo de lágrimas que durante el trayecto no la había abandonado.

— Hemos llegado — anunció Nick tan pronto apagó el moto. Calioppe no esperó a que se le abriese la puerta y bajo —. Sigue, un peón se hará cargo de tu equipaje.

En las escalinatas de la enorme casa de dos pisos, un séquito peones y muchachas del servicio dieron la bienvenida al patrón de la hacienda, lo que no esperaron es que viniese acompañado de tan preciosa joven de mejillas sonrojadas y cabello dorado.

Entre los murmullos que se formaron, una joven y una mujer mayor bastante parecidas la una y la otra, salieron y se abrieron paso con autoridad, descubriendo que era lo que a todos tanto les asombraba.

— ¡Nick, al fin estás en casa! — saludó la menor de las dos, acercándose y guindándose al cuello del hombre con demasiada familiaridad. Después miró a Calioppe, que se había quedado completamente pasmada —. ¿Quién es esta… mujer?

Nicholas se aclaró la garganta, apartó las manos de la mujer con gesto serio y después tomó del brazo a su esposa para que diera un paso al frente. Ella sintió que su contacto, aunque frío, la acariciaba.

— Bien, ya que están todos aquí y parecen bastante curiosos, les aclaro de una vez. Esta mujer es…

— ¡Patrón, patrón, que bueno que está aquí! — habló un muchacho que apareció de la nada — ¡Se yegua está en trabajo de parto y el doc dice que está sufriendo mucho! ¡Tiene que venir conmigo!

Nick abrió los ojos. Su yegua lo significaba todo para él, así que se echó a andar a los establos sin más, dejando a Calioppe allí, helada, bajo la mirada cruda de esas dos mujeres que parecían querer devorarla como pirañas, sobre todo la más joven.

— ¿Y bien? ¿Vas a decirnos a todos quien eres y por qué Nick te trajo aquí? — preguntó esta cruzada de brazos.

— Yo… yo soy la esposa de Nicholas — respondió Calioppe en voz baja, aunque con decisión, pues no era más que la verdad.

Las dos mujeres rieron como si les hubiese hecho gracia.

— Que buen chiste, y a parte de mentirosa — la miró de punta a punta con gesto receloso —… desentonada también.

— No estoy mintiendo.

— ¡Claro que estás mintiendo! ¡La mujer de Nick y señora de esta casa soy yo! — declaró, y la sangre de Calioppe dejó de fluir — Díselo, madre.

— No hace falta, hijita, por su cara parece que lo ha entendido bastante bien.

¿Qué…?

Calioppe se había quedado completamente pasmada.

— ¡Señorita, bienvenida! ¡Venga por aquí! — habló una de las muchachas del servicio y le sonrió, sacándole del entumecimiento en el que se había quedado.

Calioppe pasó un trago y parpadeó varias veces, asintiendo, pero, antes de que pudiese dar un solo paso, la misma mujer que la había encarada hace segundos la tomó con brusquedad del brazo.

— Si eres empleada que hace falta en la hacienda, tú habitación queda por allí — señaló unas pequeñas casuchas que se afilaban a unos cuantos metros de la casa grande —. El resto vuelva a sus quehaceres. Nick debe estar hambriento por el largo viaje.

La muchacha del servicio abrió los ojos.

— Señorita Romina, pero…

— ¡He dado una orden, Francisca! — bramó la mujer — ¿O es que piensas desobedecerme?

— No, señorita — musitó la joven sirvienta entre dientes, mirando con mucha pena a esa preciosa joven de cabello rubio que se había presentado como la esposa del patrón.

— ¿Y tú, qué esperas? ¡Ve! — apuntó a Calioppe, y ella, con lo agotada que se sentía por el viaje, no le quedó más remedio que obedecer, además que pronto caería un aguacero.

— Cariño, esto me preocupa. ¿Le viste el anillo en el dedo? — preguntó la madre de Romina, después de que Calioppe tomara con esfuerzos sus cosas y se refugiara bajo el techo laminado de una de las casitas.

Bufó, tan desolada como agotada.

Esa misma noche, en los establos, la yegua de Nick acababa de parir dos potrillos gemelos. No era algo habitual, pero el veterinario dijo que por su edad podría presentarse el caso; sin embargo, la labor de parto la había dejado muy agotado y lo mejor era que alguien se quedara a cuidarla.

— Vayan todos a resguardarse, parece que será una noche de tormenta — pidió a sus peones —. Yo me quedaré con Magda.

Así era como se llamaba su apreciada yegua.

— ¡Patrón, patrón! — apareció Francisca, que había atravesado la lluvia desde la casa grande para llegar hasta él — ¡Tengo que contarle algo!

— ¿Qué para, Kika?

— Es que… bueno… lo que pasa…

— ¡Por Dios, Kika! ¡Habla de una vez!

— Patrón, lo que pasa es que la señorita Romina le ha dicho a la joven que vino con usted que vaya a dormir a las casitas con el resto de nosotros.

Nick abrió los ojos de par en par.

¡¿Qué carajos?!

Lo había olvidado por completo con todo el asunto de su yegua. Echó un rápido vistazo a la hembra y a sus potrillos. No quería dejarles solos.

— Yo me puedo quedar un rato con ellos, patrón.

— No, le pediré a tu hermano que venga, tú llévame con Calioppe.

— ¿Calioppe, patrón?

— Sí, con mi… — se pellizcó el entrecejo — como sea, con la mujer que vino conmigo.

— ¡Sí, patrón! — respondió la muchacha, entusiasmada. ¡Ahora si la Romina tendría que dejar de ocupar un lugar que jamás le había correspondido!

Nicholas se echó a andar con los pasos firmes que su condición podía permitirle, importándole poco que el aguacero arremetiese contra su espalda ancha.

— ¿Dónde está? — preguntó a su empleada cuando se acercaron.

— Allí, patrón — señaló la única casa que tenía la luz encendida a esa hora.

Cuando Nick tocó y nadie respondió en los próximos segundos, abrió la puerta… y su corazón se detuvo al ver a su joven esposa pasmada y arrinconada ante la presencia de uno de los caballos más ariscos de la hacienda.

— ¡Calioppe, no te muevas! — gritó, de pronto preocupado por ese alma inocente que despertó en él emociones encontradas… y que jamás había experimentado en sus treinta y un años por ninguna otra mujer.

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