La lluvia caía a raudales sobre la ciudad, las gotas golpeaban las ventanas del despacho de Natalia, un sonido constante y monótono que parecía calmar su mente agitada. Había dejado atrás la reunión en la sala de juntas, un campo de batalla donde las palabras eran cuchillos y las miradas, dagas afiladas. La tensión aún llenaba el aire, pero Natalia sabía que su estrategia debía ser calculada, que cada movimiento debía estar planeado al milímetro. La guerra por el control de Montalvo Corporations no había hecho más que comenzar, y ella estaba decidida a salir victoriosa.
Se sentó en su escritorio, dejando que las luces de la ciudad se reflejaran en sus ojos mientras repasaba mentalmente todo lo sucedido. El encuentro con su madre había sido lo que esperaba: un choque de voluntades, una lucha en la que los resentimientos del pasado se acumulaban en cada palabra. Sin embargo, algo en el rostro de Victoria la había desconcertado. Había algo en sus ojos, un destello de miedo, o tal vez de