1| No eres mi hija.

El policía tocó la puerta con dos golpes fuertes, la llamada anónima que había recibido sobre el maltrato a una joven en esa casa lo había tomado por sorpresa, había pasado muchas veces por ahí, pero nunca había visto una muchacha como describieron en la llamada. 

— ¿Qué necesita? — le preguntó la mujer que abrió la puerta. 

— Recibí un llamado de que en esta casa estaban golpeando a una joven — dijo el policía.

Valentina escuchó todo esto a lo lejos, la discusión con su padre se había salido de las manos, el hombre la había empujado por las escaleras y estaba mareada, sentía como la sangre le bajaba por la espalda. 

— Señor, aquí no hay nadie, estoy sola — le repuso su madre al policía, pero el hombre no parecía conforme. 

— Recibí un llamado…

— Es mentira, aquí no hay nadie — repuso su madre, Valentina quiso llamarlo para que la ayudara, pero no podía hablar. 

— Voy a entrar — dijo el policía y empujó a la mujer que lo empujó de vuelta. 

— Si no tiene una orden, no puede entrar, o lo denunciaré por abuso policial e invasión a propiedad privada — el policía dio un paso atrás y la miró mal. 

— Volveré con esa orden — dijo y se fue. 

Eva, su madre, llegó con ella y la miró con fastidio desde arriba. 

— Esto te lo ganaste por estúpida, sabes que no puedes llevarle la contraria a mi esposo — Valentina trató de ponerse de pie, pero estaba mareada —. Muchacha estúpida, ya llenaste el piso de sangre — luego blanqueó los ojos —. Tendré que llevarte al maldito hospital… — dijo, pero Valentina ya había perdido el conocimiento. 

Cuando Valentina despertó, lo primero que la invadió fue una tremenda oleada de dolor que la partió en dos. Era el día de su cumpleaños y así lo pasaría, con dolor.

Abrió los ojos y lo primero que vio fue a su madre sentada al lado de la camilla. 

Trató de hablar, pero tenía la garganta seca. En el rostro de su madre solo vio esa expresión fría que la había acompañado toda la vida. 

— Lo siento, Val — le dijo, era como todos la llaman: Val, por su nombre incompleto, como una burla.

— Mamá — le dijo la muchacha, la voz le produjo dolor, ahí donde su padre la había estrangulado antes de empujarla por las escaleras. 

— Yo no soy tu madre — le soltó la mujer poniéndose de pie, la miró con un rencor aún más grande y Val se sobrecogió en la camilla, asustada por su actitud. 

Val intentó entender las palabras de la mujer. 

— Que yo no soy tu madre — le repitió de nuevo, como si ella no hubiera escuchado y Val negó con la cabeza, los ojos se le llenaron de lágrimas. 

— ¿Por qué dices eso? — le tembló la voz. 

— Porque es la verdad, tú no saliste de mis entrañas, no eres mi hija — Val siempre se había preguntado porqué no se parecía a sus padres, ella era rubia de ojos verdes, sus padres de cabello muy oscuro y piel muy pálida, como porcelanas. 

Trató de levantarse, pero el dolor se lo impidió, la discusión que tuvo con su padre terminó en una tremenda paliza, y ella apenas pudo defenderse. 

— Mamá, no digas eso. 

— ¡Es verdad! — le gritó la mujer y Val dio un salto —. No eres mi hija, te recogimos de entre los vagabundos… sí, de ahí te sacamos. Estás casi agonizando y este hospital es muy caro, no pagaremos nada de esto, te traía pero alguien desconocido llamó una ambulancia y te trajeron aquí. Ya eres mayor de edad, puedes cuidarte sola — dio media vuelta para irse, pero Val la agarró de la mano y la sostuvo con fuerza. 

— No, no lo creo. Mamá, por favor no me dejes — le dijo llorando — no tengo a nadie más, estoy enferma, te necesito —. No le importaba humillarse, no le importaba regresar a esa pocilga en ese barrió pobre que llamaba hogar, solo quería regresar a casa, pero la mujer se soltó con rabia. 

— Bien debí escuchar a mi esposo, debimos tirarte a la calle, o debimos hacer lo que estoy a punto de hacer — caminó hacia la salida y se detuvo en la puerta —. No vuelvas a casa, ese nunca fue tu hogar… de igual forma, aunque quieras, ya no podrás regresar — y se fue. 

Val sintió como el dolor que tenía en el pecho se incrementó, los aparatos comenzaron a sonar y un enfermero entró corriendo a la habitación, luego se desmayó. 

Durante las pesadillas que le invadieron, Val deseó estar muerta, había dolor y miedo y cuando despertó estaba en la habitación, pero todo parecía más calmado, aunque su corazón latiera con fuerza. 

— ¿Mi mamá? — fue lo primero que preguntó a la enfermera que apareció. 

— La señora se fue, ni siquiera quiso dejar su teléfono para contactarla — Val recordó lo que le había dicho, ¿no era su hija? ¿Cómo podía ser eso? —. Debe descansar, tiene un par de costillas fracturadas y un golpe muy fuerte en la cabeza — le dijo la enfermera y se fue. 

Val dio la vuelta y se echó a llorar, lo había perdido todo, todo completamente, ¿A dónde iría ahora? Estaba en la calle. 

Dos horas después un hombre entró, no parecía enfermero. 

— ¿Señorita Valentina Laszlo? — le preguntó el hombre y ella asintió —. Empaque sus cosas y sígame.

— ¿Quién eres?

— Eso no es importante, sólo necesita saber que su madre la vendió a nuestro jefe — cuando vio que estaba vestida con la bata decidió darle un poco de privacidad —. Sólo tiene diez minutos, la espero afuera.

Val estaba sorprendida y decepcionada, quiso llorar fuerte pero descubrió que no se oía ningún sonido, nada salía de su boca, era un lamento mudo.

Resultó ser cierto. 

Ella no era su hija biológica y su madre quería venderla.

No podía esperar, no tenía tiempo.

Sacó con cuidado la aguja del brazo, se puso su ropa que estaba a un lado y caminó hacia la ventana.

Sólo había dos pisos y saltó con todas sus fuerzas hacia la montaña de basura que había ahí. Las bolsas plásticas amortiguaron su caída, pero el dolor en el cuerpo la hizo estremecer.

El hombre que la estaba esperando escuchó el sonido irrumpió inmediatamente en la habitación y la miró por la ventana.

— No corras — la llamó, pero val no se detuvo.

Val no pudo oír ningún sonido y corrió tan rápido como pudo, cojeando, mareada y con las lágrimas en los ojos que le impedían ver 

De repente una mano la agarró y la arrastró hacia un callejón oscuro.

— ¡¡¡Déjame ir!!! — gritó desesperada, pero muy tarde.

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