CAPÍTULO 38

Estaba descansando en la cabaña y de repente comenzó a sentir como su vientre se ponía duro y las contracciones comenzaban. Eran muy dolorosas y sentía que el bebé venía en camino. Comenzó a pujar y luego de unos minutos de mucho dolor que parecieron eternos pudo ver un charco de sangre y agua en el suelo. El bebé asomó su cabeza y con un empujón más, salió.

Era un monstruo. De su boca asomaban dos pares de colmillos y el pelaje cubría algunas partes de su cuerpo, que estaban llenas de sangre. Gwyneviere lo tomaba en sus brazos y cortaba el cordón umbilical. En el suelo yacía la placenta, en un charco carmesí. Su vestido estaba empapado en líquido amniótico y sangre.

El bebé comenzaba a llorar, pero su llanto era un quejido agónico, que no podía soportar y lo dejaba en el suelo para poder tapar sus oídos con ambas manos, cerrando fuertemente los ojos.

Despertó, jadeando y cubierta de sudor. Miró su vientre. Estaba comenzando a crece

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