La falsa madre de la hija del CEO
La falsa madre de la hija del CEO
Por: Bella Hayes
Capítulo 1. Eres mi padre

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Marcos Di Leone se sentía satisfecho con su vida. Era el heredero de una de las cadenas hoteleras más prestigiosas del mundo, tenía dinero, poder y mujeres a su disposición. No le faltaba nada, o eso creía él. Su padre, Dante Di Leone, tenía una opinión diferente.

―Marcos, figlio[1] mío, ¿cuándo vas a sentar cabeza? ―le preguntó Dante a su hijo mayor con seriedad

Estaban reunidos en el lujoso restaurante de la ciudad de Nueva York donde solían comer todos los viernes para hablar de negocios. A pesar de que Dante estaba oficialmente retirado aún estaba al tanto de lo que sucedía en el negocio y le gustaba dar su opinión al respecto.

«Aquí vamos de nuevo y ni siquiera ha llegado la entrada, ¿no pudo al menos esperar que llegáramos al postre? Me muero de hambre» pensó Marcos con fastidio, pero mantuvo su rostro imperturbable.

―¿Volvemos a lo mismo, papá? Pensé que discutiríamos el plan de los hoteles para las Navidades de este año ―respondió con fingida indiferencia dejando su copa a un lado.

―Sí, Marcos, hasta no ver que tienes una vida estable seguiremos tratando el tema. Tienes treinta y cinco años y sigues viviendo como un adolescente. No tienes una pareja estable, no tienes hijos, no tienes un proyecto de vida. Solo te dedicas a trabajar y viajar por el mundo y a acostarte con cualquier mujer que se te cruce y eso no es sano.

―Vuelvo a repetirte, ¿qué tiene de malo eso? ―replicó Marcos con una sonrisa arrogante. ―Sabes de sobra que disfruto de mi libertad, de mi trabajo, de mi pasión. No necesito atarme a nadie, ni tener responsabilidades que me limiten. Soy feliz así.

―Es lo que piensas en este momento, pero el tiempo no se detiene, figlio mío, llegará el día en que te arrepentirás de esta forma de vivir tan superficial y vacía. Pasarla bien no llena, no representa la verdadera felicidad y tarde o temprano te darás cuenta de que te falta algo, de que necesitas amor, familia, sentido. No puedes seguir huyendo de tus sentimientos, ni de tu destino.

Papá, por favor, hemos hablado de esto muchas veces. Ya sabes que no creo en esas cosas. El amor es una ilusión, la familia es una carga, el sentido es una invención. Lo único que importa es el aquí y el ahora, el placer y la diversión ―respondió Marcos con frustración, no entendía la obsesión de su padre por casarlo, tenía tres hermanos, su hermana le había dado dos nietos perfectos. ¿Por qué tenía él que renunciar a su estilo de vida para complacerlo?

―No sé de dónde sacas tales estupideces.  ¿Acaso tu madre y yo no hemos sido ejemplo de una familia?

―Sí, padre, han sido un buen ejemplo de familia, pero hasta ahora mi experiencia me ha demostrado que mujeres como mi madre no abundan. En todos estos años no he encontrado a nadie que se parezca ni remotamente a la mamma[2], no he enamorado de nadie, quizás algún día suceda, pero mientras llega esa mujer maravillosa, ¿por qué no dejarme seguir con mi vida?

―Es que no la encontrarás en fiesta y bares, figlio mío, pero te niegas a ir o sacas alguna excusa cuando tu madre quiere presentarte a una buena chica.

Marcos estaba a punto de contestarle a su padre con otra de sus frases cínicas, cuando la anfitriona del restaurante se acercó.

―Disculpen que interrumpa su conversación. Señor Di Leone, en la puerta hay una niña que desea verlo ―informó la anfitriona ―he tratado de disuadirla, pero ha sido muy insistente y temo que está a punto de armar una escena donde piensa involucrarlos.

 Una voz infantil interrumpió desde atrás a la anfitriona sobresaltándola.

―Hola, señor Di Leone, yo soy la niña que armará una escena si no me atiende ―dijo una voz infantil con un dejo de angustia.

―Te dije que esperaras en la puerta ―indicó la anfitriona con voz molesta girándose un poco para mirar a la niña.

―Si dejaste la puerta desatendida, ¿Qué esperabas? ¿Que la niña se quedara en la entrada del restaurante esperando pacientemente mi negativa a atenderla? ―señaló Marcos reprendiendo a la empleada.

La mujer apretó los labios ante el regaño y miró con rabia a la niña.

―¿Puedo hablar con usted? Es de vida o muerte ―aseguró la pequeña.

Desde el momento en que la niña llegó a la mesa, Dante se quedó observándola, una expresión de asombro cruzó su rostro al darse cuenta de la chiquilla era el vivo retrato de Sandra, su hija más pequeña.

Marcos miró a la niña y se encontró con una chiquilla de unos diez años de cabello negro y largo, los ojos verdes claros brillantes, y la piel bronceada y suave. Llevaba un vestido ¿De primera comunión? Y en sus pies calzaba unas zapatillas deportivas de color rojo. En su mano derecha sostenía una mochila azul con estrellas amarillas.

Marcos, miró sus ojos de nuevo y pudo percibir la angustia que la embargaba, de hecho, la niña se notaba nerviosa a pesar de que pretendía mostrar seguridad. En ese momento sintió una extraña sensación en su pecho que no pudo definir. Algo en su rostro le resultaba familiar, pero no sabía qué era.

―¿Quién eres tú? ¿y de que quieres hablar conmigo ―preguntó Marcos con severidad.

No le gustaban los niños, pero la aparición de la pequeña le había salvado de continuar la desagradable conversación con su padre que siempre culminaba con un compromiso de su parte a acudir a la próxima cena que planificara su mamma para presentarle a alguna chica demasiado joven y superficial.

Se aburría mortalmente en esas cenas, generalmente su mamma invitaba a alguna familia italiana con hijas en los veinte y pocos años que estaban dispuestas a casarse con él porque era el heredero del consorcio Di Leone. Como si él fuese a enamorarse de alguna chiquilla que lo único que tenía en mente era el dinero y la posición social que él podría proporcionarle si lograba atraparlo.

La respuesta de la niña lo sacó de sus pensamientos de forma abrupta.

―Me llamo Marianna Spinetti Di Leone ―respondió la niña con seguridad―. Y usted señor Di Leone es mi padre.

[1] Hijo en italiano

[2] Mamá en italiano

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