Nathan respiró hondo antes de tocar el timbre. Sostenía un ramo de flores envuelto en papel kraft, sencillo, elegante, pero lleno de significado. Quería disculparse. Por la discusión. Por haberse dejado llevar por los celos. Por no haber respetado sus tiempos. Había entendido que April necesitaba espacio… y él estaba dispuesto a esperarla. Pero aun así, quería que supiera que estaba ahí.Maddy fue quien abrió. Lo miró con una mezcla de sorpresa y tensión.—La señora April, está en la habitación con los niños, pero… no sé si quiere ver a alguien.—Solo quiero dejarle esto —dijo Nathan, mostrando el ramo.En ese momento, April salió del pasillo. Su rostro estaba pálido, los ojos hinchados, la boca ligeramente temblorosa. Tenía el cabello recogido de forma descuidada y el alma en los ojos. Al verlo, se quedó quieta por un instante. Luego caminó hacia él en silencio. Nathan le tendió las flores. Ella las tomó con una mano… y con la otra, lo atrajo hacia sí.Lo besó.Sin pensarlo, sin anun
Marie dudó un segundo. Pero la verdad, cuando viene cruda, no necesita adornos.—Sí.Nathan cerró los ojos por un instante. Luego se volvió hacia ella.—Y también sé que ustedes se van a casar —agregó Marie con voz suave—. Pero eso no garantiza nada. Los matrimonios sin amor… son una trampa. Yo lo vi. Mis padres se casaron por obligación. Mi madre quedó embarazada, y mi padre hizo lo correcto. O eso creía. Nunca fueron felices. Nunca hubo cariño real. Solo reclamos. Silencios largos en la cena. Frustraciones. Gritos escondidos tras puertas cerradas.Bajó la mirada, tragando saliva.—Y los hijos… aprendemos a no confiar en el amor. A no esperarlo.Nathan la escuchó sin interrumpir. Caminó hacia ella. Lento. Decidido.—Pues tengo dos meses para conquistarla.Marie alzó la cabeza, sorprendida.—¿Está seguro?Nathan se detuvo justo frente a ella. El aire cambió. La temperatura subió. Sus ojos oscuros la recorrieron con descaro, con deseo explícito. Ladeó una sonrisa apenas.—¿Crees que un
April miraba por la ventana, cada vez más tensa a medida que el paisaje se volvía demasiado familiar. El giro entre los árboles, el sonido del viento filtrándose entre las ramas, el sendero de piedra que cruzaron tantas veces sin testigos, con el corazón desbordado de silencios compartidos. La brisa le trajo un perfume conocido. A madera, a lavanda, a todo lo que creyó haber enterrado.—Detén el auto. Basta, Logan. ¿Qué estás haciendo?—Tranquila —murmuró él, sin desviar la vista del camino—. Solo quiero hablar.Ella no insistió. Se limitó a girar el rostro hacia la ventana otra vez. Cuando el auto se detuvo, el cuerpo se le quedó inmóvil.Las cortinas blancas seguían ondeando en las ventanas. Las macetas con flores en la entrada, el porche de madera donde una vez se acurrucaron entre mantas, las copas vacías olvidadas al amanecer… todo parecía detenido en el tiempo. Como si aquel rincón entre árboles hubiera estado esperando su regreso. Como si los recuerdos no se hubieran atrevido a
April se mantenía de pie junto a la puerta, con los brazos cruzados, como si solo esa postura pudiera evitar que algo dentro de ella se viniera abajo. Tenía el cuerpo rígido, la mirada fija en el fuego que empezaba a crepitar en la chimenea. Logan la observaba desde el otro lado de la sala, con los hombros levemente vencidos por un peso que ya no podía seguir cargando solo.—No tengo tiempo —dijo ella con frialdad—. Los niños me esperan. Dime lo que tengas que decir… y me voy.Logan tragó saliva. Dio un paso hacia ella, pero se detuvo a medio camino. No por miedo. Sino porque sabía que cualquier palabra mal dicha, ahora, podía herir más que sanar.—Necesito contarte algo —empezó—. Algo que debí decirte hace mucho.April no respondió. Solo lo miró. Pero sus ojos, por un instante, se abrieron apenas. Como si algo dentro de ella supiera que lo que venía… iba a doler.—Cuando me fui de viaje aquella vez… recibí una llamada de mi madre. Estaba llorando. Dijo que Megan estaba muriendo. Que
Marie llevaba más de una hora en la oficina. Pero aún no se atrevía a irse. El reloj marcaba las seis con veinte cuando cruzó el pasillo en dirección al despacho principal, sin dejar de mirar su celular.Nathan no respondía los mensajes. No respondía las llamadas. Y April… tampoco.Tragó saliva antes de golpear la puerta con los nudillos.—¿Señor Callahan?No obtuvo respuesta.Golpeó de nuevo, más fuerte.—Soy Marie… ¿está bien?Nada.Entonces, sin pensarlo mucho, giró la perilla y empujó suavemente. El interior de la oficina estaba en penumbra, iluminado solo por las luces de la ciudad a través de los ventanales. Enseguida ella encendió las luces. Nathan tenía la cabeza apoyada sobre el escritorio.Una botella vacía de whisky descansaba a un lado, como testigo de su derrumbe.—Dios… —murmuró Marie, entrando con cautela—. Señor, ha bebido demasiado.Se acercó despacio, con el corazón latiéndole a mil.—Señor Nathan…Él abrió los ojos, pesados, rojos, y durante un segundo la miró sin
Marie se había quedado junto al sofá por más de una hora, sin moverse. Al principio solo lo miraba. Observaba cómo el pecho de Nathan subía y bajaba con respiraciones irregulares, cómo su ceño seguía fruncido incluso dormido.Había una herida en él. Un dolor que lo devoraba desde adentro. Y sin saber por qué… ella no podía alejarse.Se levantó con cuidado, recogió su bolso del suelo, se aceró una vez más a él, estaba a punto de girarse y salir en silencio, cuando sintió un tirón en la muñeca.Nathan le había sujetado la mano.—No me dejes…La frase fue apenas un susurro, ronco, algo ebrio, tembloroso. Marie se quedó congelada. Su corazón se desbocó. No sabía si él la veía… o la confundía.No supo qué decir.—Señor…Pero Nathan tiró de ella con más fuerza, y antes de que pudiera reaccionar, la hizo caer sobre él. Su cuerpo chocó contra el de él, su rostro quedó apenas a centímetros, el aire temblando entre ambos.—April… eres tan hermosa…Marie abrió los labios. Quiso decirle que no…
April cerró la puerta con un golpe seco y apoyó la espalda contra la madera como si el peso de la culpa la aplastara. Respiraba con dificultad, con la boca entreabierta y los ojos ardiendo. Cada latido le dolía. Cada paso de regreso a casa se había sentido como una huida. Una que no logró salvarla de sí misma.Se quitó los zapatos sin orden ni cuidado. Caminó descalza por el pasillo, como una sombra que no se reconoce. Tenía el cuerpo marcado por el roce de Logan, por sus besos, por sus manos, por la entrega que no debió haber sucedido. El corazón le palpitaba con rabia, con vergüenza, con esa mezcla asfixiante que la hacía querer gritar.—Idiota… —murmuró para sí, golpeando el respaldo del sofá con la palma abierta—. ¡Eres una maldit@ idiota!Se asomó a la habitación de los niños. La puerta estaba entreabierta. El silencio era total, interrumpido solo por la respiración suave de tres cuerpecitos dormidos. Sienna abrazaba su conejo con fuerza. Dylan dormía encogido, con la expresión s
La luz del amanecer se colaba en el departamento con una lentitud cruel. Rayos pálidos atravesaban las cortinas, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Nathan parpadeó, con la garganta seca y la cabeza latiéndole como si la noche anterior hubiera sido un castigo. Todo dolía: el cuerpo, la boca, el alma.Se incorporó con torpeza, sintiendo los músculos tensos, el cuello agarrotado, la boca amarga. El aire olía distinto. A encierro, a licor… y a algo más. Un perfume tibio, dulce, como vainilla mezclada con piel. Cerró los ojos por un instante y aspiró. La sensación le recorrió el pecho como un eco de algo que no debía estar allí.—¿Qué…? —murmuró, llevándose una mano a la sien.Miró alrededor. El sofá estaba desordenado, con los cojines a un lado, una camisa arrugada colgando del respaldo, el cinturón en el suelo. Parpadeó. No recordaba haber llegado hasta ahí. No recordaba haberse desnudado. No recordaba… nada con claridad.—Dios… —susurró, al darse cuenta de que su ropa interio