29 Sola

Amelia se recostó en la cama, las emociones vividas rato antes la tenían conmocionada, y los problemas con Ignacio, eran lo mismo o peor que tenerlos con Mario.

Le entristecía todo lo que había sucedido desde que ella llegó al pueblo y todas sus ilusiones se perdieron como un grano de arena en el desierto. Suspiró deseando que todo acabara pronto, deseaba que Silvia regresara cuanto antes y así poder marcharse, recuperar lo poco que aún conservaba de su vida.

Ignacio subió a su habitación con la intención de comenzar a empacar sus cosas.

Lucrecia ya estaba enterada de la decisión precipitada de Ignacio. Llena de preocupación fue a hablar con Silvia, quería convencerla de que intentara detenerlo, pero Amelia ya no podía con tantos problemas que ella no había provocado.

—Tienes que detenerlo.

—No puedo.

—Si puedes, eres su esposa, siempre lo has podido convencer.

—¿Quieres que lo manipule?

—Convencerlo de permanecer en su

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