Los fotógrafos y periodistas de mi padre siempre estaban presentes, se encargaban de hacer que nos viéramos como salvadores y de escribir columnas que nos favorecieran. La diferencia con ellos era que no estaban sobre nosotros a cada rato, a veces eran tan discretos, que olvidaba que estaban ahí.
—Mi esposa estará encantada de hacer compañía y ayudar a los residentes —Anuar lo dijo tan convincente, que poco me faltó para sentirme encantada de hacer compañía—. Les trajo una amiga, también —señaló a Aife.
Mientras él se ocupaba de los asuntos de adultos y dinero, yo tenía que hacer mi obra de caridad, mis nulas habilidades para socializar eran mi peor enemigo en esos momentos.
Ayudé a dar de comer a los ancianos que tenían más dificultades para moverse, trataba de mantener una sonrisa siempre, pero cuando no abrían la boca por más que se los pedía, perdía la paciencia.
Cuando la comida terminó, me obligaron a platicar con todas las señoras que quisieran hacerlo (o sea muchas). La mayor