Un mes después.
Ashton miraba con rabia las imágenes en su teléfono de la cuenta social de Betty, donde èl tenía un seudónimo falso.
—¡Te casaste, Betty, te entregaste a otro hombre que no soy yo! Juraste ser solo mía, ¡eres una zorra barata! Y mírate, ¡adoptaste a una hija!
Los ojos de Ashton estaban inyectados en sangre, las lágrimas corrían por su rostro, dejó el móvil a un lado, comenzó a patear todas las cosas en su alcoba, lanzó floreros, fotografías, luego tomó esa foto que había roto de Betty, tomó un cuchillo, la puso en su frente.
—¡Vas a pagarlo caro! ¿Querías ser una puta y te di la mejor excusa para serlo? ¿Verdad? Ahora lo pagarás, cuando vuelvas conmigo, te haré llorar lágrimas de sangre —el hombre sonrió.
Salió de la habitación que tanto tiempo compartió con Betty, fue hasta la habitación de huéspedes, la abrió y mirò a la mujer, que dormía plácida en la cama, tenía un vientre muy abultado.
Sonrió, perverso.
—Ya veremos, Betty, dime, ¿Serás capaz de elegir a una