Kalid, Layla y Yazmin descendieron en silencio el ascensor que los llevó de regreso a la limosina. Ninguno dijo una palabra mientras se acomodaban en los asientos de cuero, con la atmósfera aún cargada de la tensión que acababan de vivir.
El conductor arrancó, dejando atrás el complejo de apartamentos. Kalid apretaba la mandíbula, con su mirada fija en la ventana. Yazmin jugueteaba con las uñas, incómoda, mientras Layla cruzaba los brazos, claramente molesta.
—No puede ser —murmuró Yazmin, rompiendo el silencio—. Algo... algo estuvo mal. Debe ser un error. Tal vez fue ella y él nos hizo creer que era él.
—¿Mal? —bufó Layla, mirando a su hermana menor con exasperación—. Lo que estuvo mal fue que Kalid no pudo controlarlo a ninguno de los dos. En cambio sentí que me ahogaba.
Kalid giró bruscamente hacia ella, con su mirada cortante.
—¿Estás insinuando que fue mi culpa? —su voz era baja, peligrosa.
—Lo que estoy diciendo es que no tiene sentido. Siempre has sido el más fuerte. Siempre. ¿