Por Alice
Estaba casi triste, porque la soledad, cada vez que Alberto viajaba, me acompañaba como si me estuviese apuntando con el dedo.
Él era todo para mí, era hasta el agua que me daba vida.
Buscaba recuerdos en mi interior, quería sentir sus caricias, su risa, sus besos.
Me ahogaba sin él, cada vez que salía de trabajar, recorría la cuadra, buscando su figura apoyado en alguno de sus autos, con esos anteojos Rayban, a los cuales parecía hacerle publicidad. con sus brazos cruzados sobre su pecho, hasta que me veía y los abría para abrazarme y envolverme en ellos.
Ya hacía tres semanas que él se había ido y la melancolía se apoderaba de mí.
Era verdad, cada vez se comunicaba más conmigo, me mandaba mensajes a cada rato.
Me contaba sobre sus reuniones y hasta sobre sus socios.
Creo que en Mendoza vivía con sus madre, eso me resultaba extraño, pero siempre me comentaba que cenaba o desayunaba con ella, por eso es mi conclusión.
-¿Vamos a la casa de Victoria esta noche?
-No sé.
La verd