No puedo creer lo que me está sucediendo.
Me llevé la mano a mi mejilla, sentí los dedos marcados.
La cara me ardía, el sabor metálico dentro de mi boca no se hizo esperar.
Mi indignación crecía.
Sin embargo, no grité, ni siquiera lloré.
- ¿Estás loca?
- ¿Yo? ¡Sos una arrastrada!
Me insultó.
¿Arrastrada yo?
La mirada de Mariza, que estaba en un costado, estaba atónita, también, estaba Silvina, que se había asomado, posiblemente alertada por los gritos.
-Señora, le pido que se retire.
Le dije, tratando de mantener la calma.
- ¿No lo entendés? ¿Verdad? Soy la señora Prondell.
Ella era más alta que yo y pretendía imponerse a mi lado.
Tomó mis hombros con fuerza.
Mis empleadas se acercaron.
-Está bien, chicas, la señora ya se va.
No quería que la separen, ni que le pusieran un dedo encima, no quería más problemas, ni que vaya por ahí, haciéndose la víctima, diciendo que yo la agredí.
-No me voy, vos eso no lo decidís ¡Arruinaste mi vida!
-Yo no le hice nada.
-Aquella tarde lo encontré co