La noche de hace cinco días, cuando regresó a casa, había discutido con Marisela, reprochándole no solo por ser perezosa y hacer que Isa llevara la comida, sino también por no responder a sus mensajes y su mala actitud.
Pero Marisela, sorprendentemente, no había refutado ni una sola palabra, limitándose a escuchar en silencio. Fue Isa quien tomó la responsabilidad, diciendo que ella había querido llevar la comida, y los días siguientes, siempre fue ella quien la llevó al mediodía.
Lorenzo apretó los labios. El mal humor de Marisela había durado demasiado tiempo, tanto que él ya no podía soportarlo más.
Parecía que había sido demasiado indulgente, permitiéndole olvidar cuál era su lugar.
Lorenzo se levantó con el rostro sombrío, decidido a darle una buena lección esa noche.
A las cinco de la tarde.
Isabella llegó a casa primero y arrojó el acuerdo de divorcio frente a Marisela.
Cuando Marisela tomó el documento, Isabella entrecerró los ojos:
—¿De qué sirve solo la firma? ¿No hay un perí