—¡Imposible! Por eso discutimos y ni siquiera volví a casa —respondió Celeste.
—Quédate en mi casa por ahora. Aunque desde el punto de vista de las alianzas comerciales, los Cárdenas y los Bustamante serían una combinación poderosa, pero... —comenzó Marisela.
—Lorenzo solo quiere a Isabella, no podrás meterte en esa relación. Casarte con él solo te traería una vida de tristeza.
Ella había sufrido durante dos años de matrimonio, casi perdiendo la vida. Y Celeste, por lealtad familiar, seguramente tendría que aguantar toda una vida, algo mucho más trágico.
—Tranquila, jamás saltaría voluntariamente a ese fuego —dijo Celeste dándole palmaditas en el hombro.
Marisela asintió. Le preocupaba que obligaran a Celeste a casarse, aunque suponía que los Bustamante aún no habían llegado al punto de vender a su hija.
—Por cierto, ¿cómo sabes el nombre de esa amante de tercera categoría? Yo solo sé que se llama Isabella —comentó Celeste distraídamente mientras miraba alrededor.
Marisela sintió un mo