Dentro del auto, en la acera, Lorenzo miraba la entrada del edificio de oficinas. Con la mano izquierda apretando el volante, preguntó entre dientes:—¿Quién hizo la denuncia?
—No dejó su nombre, no lo sé —respondió el guardia.
Lorenzo respiró profundamente y volvió a preguntar:
—¿Era hombre o mujer?
—Mujer —contestó el guardia.
—¿Joven o mayor? —insistió Lorenzo.
El guardia respondió:
—Joven.
Lorenzo abrió mucho los ojos, pensando:
¡Seguro que fue Marisela!
¿Cuándo lo había descubierto? ¿En qué momento había entrado al edificio sin que él lo notara? ¡No había dejado pasar a nadie sin observarlo!
—¿Podría darme su número de teléfono? —le pidió Lorenzo al guardia.
El guardia se mostró incómodo ante la petición:
—Lo siento, señor, eso no es posible. Todo ha sido un malentendido que no ha causado mayor problema, solo le hemos molestado a usted.
—Además, no sería apropiado darle el número de la señorita, ¿no cree? Usted es un hombre, supongo que no guardará rencor por esto.
Lorenzo apretó e