—¿Cómo la ofendiste? Cuéntame, te ayudo a analizar y resolver.
Ulises siguió sin hablar, terminó de ordenar y llamó al mesero.
—Oye, ¿por qué te haces el mudo? Conmigo no hay nada que no puedas decir —Germán seguía insistiendo.
—Ah, a menos que tengas cargo de conciencia y no te atreves a decir.
Ulises suspiró.
Tal vez era mejor no comer, lo iban a dejar sin secretos.
—¿No tienes hambre? —Ulises levantó la cabeza para preguntar.
—Tengo, toda la mañana estuve discutiendo con la gente —le respondió Germán.
—Entonces usa la boca para comer, no para hablar —dijo Ulises.
Germán no tenía esperanzas.
Había problema, mucho problema.
¿Qué tenía de malo ofender a alguien como para ocultarlo tanto?
—Está bien, le voy a preguntar a Celeste —dijo Germán.
Ulises no tenía miedo, porque Germán ni siquiera podía conseguir una cita con su hermana.
—Olvídalo, Celeste no me ve, mejor le pregunto directamente a la señorita Undurraga —Germán sonrió, sacando su teléfono y poniéndolo sobre la mesa.
Ni siquier