No me pidas que te deje ir

No se necesitaron demasiadas palabras para corresponder a su petición.

Diana estaba ardiendo en los brazos de Aris.

Su nerviosismo se acoplaba perfectamente con su celo, la necesidad de ser poseída por aquel macho que despertaba la irrefrenable pasión corriendo por sus venas.

—Siempre me estabas volviendo loco, princesa. ¿Sabes las ganas que tenía de devorarte? ¿De hacerte mía pars demostrarte a ti y a todos los bastardos que estaban cerca de ti que me perteneces? Los recuerdos entre el presente y el pasado son difusos, sin embargo en todos ellos, tú eres mía Diana. Eso no está en discusión.

—Aris... —ella siseó al sentirlo arrancándole la ropa después de quitarse la suya cons sus ojos lujuriosos clavados sobre ella.

—Tan hermosa, tan perfecta como recordaba —susurró él con esa voz animal.

Diana pudo ver su cuerpo gracias a los reflejos de la luna que entraban por la ventana, él poseía músculos perfectamente definidos que eran una tentación a tocar.

Entonces notó su miembro endurecid
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