Alessandro colgó el teléfono soltando un suspiro.
Acababa de convocar a la sacerdotisa pero se necesitaba una semana para preparar todo el ritual.
Él entró en la habitación donde había llevado a Zakia y la loba intentó golpearlo de sorpresa pero él previó su ataque y la arrojó a la cama con arrogancia mirándola con diversión fingida.
—¡Voy a matarte!
—Estás muy lejos de hacer eso, cachorra. Eres inexperta...
—¡Eres un hijo de puta! —gritó ella sentándose sobre la cama mientras que lo fulminaba con la mirada—. ¡¿Por qué haces esto?! ¡Suéltame ahora!
Alessandro caminó lentamente hasta ella poniéndola nerviosa.
—Porque puedo y no, no voy a liberarte. Ya te dije que no dejaré que hagas una estupidez.
—Yo no soy una cobarde como ustedes y no traiciono a los míos —gruñó Zakia poniéndose de pie sobre la cama.
Solo así pudo igualar la altura de su interlocutor.
—¿Y quién se supone que son los tuyos? ¿Kian o Dana? —preguntó él con desdén, sin embargo, tenía un brillo peligroso en sus orbes.
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